El cambio propuesto por Francisco
Luis Ernesto Salomón
El Papa lucha por
una reforma. Le resiste la fuerza de la curia. Le respalda una razón moral
unida a la necesidad de reposicionar a la Iglesia en el contexto de la
pluralidad global, de la información y el conocimiento disponible y de la
cultura de la libertad. La vuelta a la humildad característica del cristianismo,
que se contradice con el sentido material del imperio papal de los últimos
siglos que ha producido excesos inocultables e inaceptables en el contexto de
una ética liberal.
Francisco se ha
negado a usar lujos, habitaciones, ha decidido reducir las muestras de lujo en
las ceremonias y se ha referido a la iglesia de los pobres como una línea
esencial del cristianismo. Incluso, se ha referido a una visión alejada de las
culpas para centrarse en las virtudes.
Su forma de actuar,
como sus mensajes, muestra una intención de cambio. Puede ser que Francisco sea
el Papa reformador que retome la esencia teológica de un cristianismo mucho más
apegado a la realidad social y la comunidad entre las cuestiones del cuerpo y
las del espíritu.
En nuestro tiempo
la cultura del cuerpo es una realidad que se vive día a día con esfuerzos por
mejorar la salud, la alimentación, el estado y la apariencia corporal. Mientras
que para la teología más conservadora del catolicismo, el cuerpo es una cárcel
del alma. Para la tradición judía y la del cristianismo primitivo.
La dignidad del
cuerpo es inseparable de la del alma o espíritu. Pero con el paso de los siglos
ha llegado a ser considerado como una barrera para la santidad. Una suerte de
vergüenza que identifica al pecado con las manifestaciones corporales y con el
sexo. Se consumó una suerte de divorcio entre el cuerpo y el alma, al grado de
colocarlos como antagonistas, lejos del equilibrio entre cuerpo y espíritu que
clamaban los griegos, y de la concepción judía en donde ni el cuerpo ni el sexo
están unidos ni a la maldad ni al pecado.
El Papa ahora se ha
acercado a la idea del cuerpo como una parte esencial de las relaciones entre
los hombres y que no puede ser considerado como un adversario de la vida
espiritual. Ahora parece aproximarse una revisión de conceptos tan esenciales
como éstos en el seno de la jerarquía católica y abre puertas a una perspectiva
más abierta y ecuménica, mucho más compatible con el mundo de hoy.
El Papa Francisco
parece mandar la señal de que la Iglesia para fortalecerse con respuestas a los
desafíos éticos, no puede seguir refugiándose en el miedo a la corporeidad, ni
seguir defendiendo ni la idea imperial, ni la identidad entre cuerpo y pecado.
La apertura incluye la convicción ecuménica de que por las venas de creyentes y
no creyentes “corre la misma sangre” y por tanto somos familia.
Nuevas visiones en
la perspectiva teológica parecen llegar con el nuevo Papa a la Iglesia, como
también nuevas formas políticas que apuntan hacia una profunda reforma. Habrá
que ver si la resistencia de la curia logra impedir este cambio, o se convierte
en la consolidación del espíritu del Concilio Vaticano II.
Opciones
Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
De la cigüeña y cosas peores
Cuentan que hace más de medio
siglo cuando nadie hablaba de relaciones sexuales prematrimoniales los maestros
decían a los chicos: “Muchachos, algunas veces se encontrarán asechados por
‘pensamientos impuros’. Cuando eso suceda deberán ponerse de inmediato a jugar
básquetbol”. Así que era frecuente encontrar a los chicos en las canchas de
baloncesto tratando de anotar puntos antes y después de clases y, en ocasiones,
inclusive durante el horario escolar.
Cada canasta significaba un embarazo que se había logrado prevenir.
En aquellos tiempos no existía la
píldora, ni los múltiples métodos anticonceptivos de la modernidad. Los
deportes eran considerados el mejor método de control natal: la trayectoria del
balón a la canasta sublimaba la urgencia hormonal del espermatozoide al óvulo y
hacía las veces de anticonceptivo. El deporte convertía la ‘efervescencia
pagana’ en una actividad conducente a la castidad (léase castidad: virtud
opuesta al desenfreno sexual). El método de control natal era bastante
primitivo pero 100% efectivo. Cero embarazos no deseados. Los maestros le
llamaban “abstinencia”. Los chicos de
hoy preguntan: ¿Y eso con qué se come?
La juventud desciende por el
espiral de los instintos básicos desenfrenados que promueve nuestra cultura
ultramoderna. La educación sexual se inicia en párvulos y continúa a través de
la educación primaria, media y superior. Toneladas de anticonceptivos son
distribuidos a los jóvenes para promover el ‘sexo responsable’. ¿Qué sucede
cuando fallan los anticonceptivos a pesar de su ponderada eficacia y
sofisticación? Ni aún la famosa píldora es 100% segura. Los hijos engendrados
en la promiscuidad y el desenfreno, no por amor sino por ‘accidente’, van a
parar al bote de la basura.
Nadie imaginó que la Revolución
Sexual iniciada hace más de medio siglo cambiaría radicalmente no sólo los
conceptos sobre la vida y el amor humano, sino también el sentido común. El
mensaje que reciben niños y adolescentes es que tienen libertad para
experimentar y practicar la actividad sexual con quien quiera y como quiera si
aprenden a ‘protegerse’ adecuadamente. Se les adiestra en el uso del condón
desde la más tierna infancia. Plátanos
del supermercado sirven de material didáctico para que ensayen a colocar
profilácticos y las ilustraciones no dejan nada a la imaginación: señalan con
lujo de detalle las diferentes posiciones para copular.
¿Quién se ha beneficiado con la
Revolución Sexual? Ciertamente no la juventud. Los matrimonios basados en la
‘compatibilidad sexual’ parecen durar poco. La sexualidad humana se ha
convertido en un producto altamente rentable para un mercado sumamente
erotizado. Proliferan centros médicos para el control de la reproductividad,
aparatos y medicamentos, terminación de embarazos no deseados, atención
psiquiátrica a víctimas de esterilidad ocasionada por anticonceptivos, así como
control de la obesidad por trastornos hormonales.
Nadie menciona el daño
psicológico de la promiscuidad sexual, la sensación de culpa o el vacío
existencial que provoca. Comentaba un grupo de adolescentes: “Hacer el amor hoy
es como comerte un taco o una hamburguesa. Es más emocionante la droga o una carrera
de motos”. Se le roba a la sexualidad
humana todo su encanto, su misterio. Los jóvenes preguntan: ¿Qué se siente
estar enamorado?
El nulo respeto a la vida humana
es la consecuencia de la decadencia moral que promueven los nuevos estilos de
vida. ¿Conviene rescatar la palabreja ‘abstinencia’ y ponerla otra vez de
moda? La sola palabra no bastaría.
Tendría que apoyarse en toda una cultura orientada a rescatar la dignidad de la
persona; a crear un misticismo en torno al amor humano que no fuera simple genitalidad,
sino afectividad, emotividad y psique.
Mientras eso sucede, no es mala
idea dejar nuestras poltronas y lanzarnos a crear espacios para entrenar a
niños y a adolescentes en los deportes.
Nuestros abuelos tenían razón: “Cada balón en la canasta significa
evitar un embarazo no deseado”. Tal vez
si los jóvenes dejan de considerar el sexo como deporte, logren descubrir el
verdadero amor de la pareja humana.
betrevino@prodigy.net.mx
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