Algo más que palabras
No tenemos un futuro fácil
Víctor Corcoba Herrero
Estamos destrozando el planeta y los gobiernos hacen nada, o bien poco, para crear condiciones que permitan a todas las personas vivir lo más saludablemente posible. Los datos son concluyentes, no engañan. La mayoría de las ciudades del mundo registran altos índices de polución en el aire, lo acaba de advertir la Organización Mundial de la Salud (OMS). El estudio también apunta que, comparado con años anteriores, existe un daño realmente preocupante; en la medida que se constata un incremento de enfermedades cardiacas y accidentes cerebrovasculares, así como respiratorias y cancerígenas. Bajo esta angustiosa situación, urgen nuevos modos de desarrollo que alivien este clima de ahogo, y también otra manera de custodiar el planeta. Proteger y defender la salud, debiera ser prioridad y deber permanente de todos los Estados. Parece que no lo es. Verdaderamente, cuesta entender la falta de vigilancia o la impunidad hacia los causantes de este perjuicio atmosférico.
La vida actual exige la colaboración y cooperación de todo el mundo. La gestión ambiental tiene que ser efectiva, basada en los principios de prevención y de que quien contamina paga. El dicho de que más vale prevenir que curar, viene como anillo al dedo. No es de recibo que, con tantos avances, sigamos retrocediendo en algo tan vital como la salud. Desde luego, no tenemos un futuro fácil como especie. Hay una ceguera social que impide ver el sentido recto de las cosas. Nos dominan los intereses económicos y las políticas suelen bailar al son de estos dominadores. Son tiempos, por consiguiente, de inseguridades: financieras, alimentarias, laborales, de cambios en el clima y de deterioro del medio ambiente. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud, recientemente ha confirmado que la contaminación atmosférica constituye, por sí sola, el riesgo ambiental para la salud más importante del planeta. Simplemente, con que se redujeran los agentes contaminantes, podrían salvarse millones de vidas en el mundo.
Si fuésemos capaces de limpiar el aire que respiramos, con medidas concertadas y coordinadas, tendríamos otro porvenir más sano. Los científicos lo subrayan. Algo que todos, sin distinción alguna, nos merecemos por el hecho de haber nacido. Ciertamente, el mejoramiento de la calidad del aire debería ser una consideración importante en la planificación de políticas para lograr los beneficios máximos de salud. Quizás hemos perdido la conciencia en este valor, y nos hemos vuelto tan pasivos como necios. Una actividad tan sencilla, como utilizar el transporte colectivo o caminar o andar en bicicleta, en vez de utilizar el coche, disminuiría la densidad del tránsito y ayudaría a limpiar el aire que todos respiramos, aparte de que reduciría la carga sanitaria que ocasiona la contaminación atmosférica, sobre todo la urbana.
Bien es verdad, que el futuro aunque sea arduo, podemos cambiarlo. Por muchas amenazas que se ciernan sobre la salud de la especie humana, también hay motivos para sentirse esperanzados. Se conocen las causas que originan los problemas de salud y los métodos para hacerles frente. Es cuestión de activar otras prácticas menos contaminantes y de tomar en serio el problema. Hasta ahora los buenos propósitos se los ha llevado el viento. Evidentemente, el desarrollo no puede convertirse de la noche a la mañana en sostenible, ahora bien, podemos activar las sensibilidades y dejar claro el mensaje de que el menosprecio ambiental a nadie nos conviene, y de este modo, sí que podremos acelerar la transformación hacia una economía más respetuosa con el medio atmosférico. Es responsabilidad de todo ser humano limitar los riesgos que corre el planeta, mediante una atención especial a la contaminación celeste. Todo ha de ponerse al servicio del ser humano y no viceversa. Esforcémonos, pues, por asegurar que el recurso natural del aire, camine más limpio por los espacios de la vida. Al fin y al cabo, vivir no es más que un soplo y uno no puede resignarse a recibir suspiros intoxicados. Claro que sí, cuando menos nos merecemos respirar bajo un cielo que nos active las ganas de caminar siempre adelante. Para eso sirve el camino, para oxigenarse, no para destruirse.
Cumplo, pero no cumplo
Carlos Loret de Mola
En la primera fila del Teatro de la Ciudad de México, la cúpula perredista festeja su cumpleaños 25. Aparecen los líderes históricos, los jefes de las tribus, los gobernantes, los influyentes de casi unánime traje oscuro y corbata amarilla. La fotografía es brutal.
El partido que nació hace 25 años para combatir la corrupción priista sienta en esas butacas de honor a René Bejarano, símbolo nacional de este delito.
El partido que surgió para unir a las fuerzas de izquierda, las exhibe cada vez más divididas, peleadas, fracturadas y hasta ya se les fue Andrés Manuel López Obrador.
El partido que se propuso abrir una alternativa en política a los jóvenes, no tiene a ninguno relevante. El más joven de esa élite en fiesta es Miguel Mancera, tiene 48 años de edad ¡y ni perredista es! (Serrano 52, Flores 48, Barbosa 54, Cárdenas 80, Zambrano 60, Sánchez 53, Bejarano 57).
El partido que prometió luchar por la igualdad de las mujeres no sentó a ninguna en los mejores lugares. La más destacada fue Dolores Padierna, esposa de Bejarano.
El partido que decidió pelear por la Democracia y hasta ponerla en su nombre ha hecho de sus elecciones internas un símbolo de fraude electoral, de “cochineros”.
El partido que quiso ponerle fin al corporativismo priista se aprovecha ahora de sus gobiernos y sindicatos afines para coaccionar el voto.
El partido que enarboló la bandera de los pobres, hoy está aliado con el hombre más rico para defender sus intereses en la Ley de Telecomunicaciones.
El partido que se fundó defendiendo la libertad de expresión, ha justificado y solapado a sus figuras que lanzan los más insultantes ataques contra los periodistas que los critican.
El partido que juró no ser violento paga las fianzas de los anarquistas que destruyen lo que encuentran al paso de sus manifestaciones.
Sin duda el PRD fue central para quebrar la hegemonía asfixiante del PRI y con su tesón opositor contribuyó de manera decisiva a la apertura de espacios democráticos, a la separación de poderes y a la construcción de organismos ciudadanos sin los cuales no se puede entender el México de hoy .
También es verdad que su existencia es testimonio de una lucha que se canalizó por la vía política, evitando la ruptura institucional y la violencia.
Tampoco puede olvidarse que en la segunda mitad de los años noventa el PRD trajo consigo un cambio en el Gobierno del DF —con programas sociales que hoy son nacionalmente implementados—, cuya mayoría de habitantes sigue dándoles el voto 17 años después.
Pero al llegar a su primer cuarto de siglo, es imposible hacer el balance del PRD sin observar que aun en su proyecto más exitoso, el del DF, ha reproducido –a veces de manera insultante—las prácticas de corrupción, corporativismo, clientelismo y abuso que tanto criticó al PRI.
Y que en su afán de ganar la presidencia de México no ha terminado de desechar su tendencia histórica al caudillismo, la sumisión acrítica al líder iluminado, ni la proclividad a la demagogia hueca y el despiadado conflicto interno por puestos y presupuestos.
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