¿Luis
Donaldo Colosio descansa en paz?
Óscar Espinoza
Un poco después de la muerte de Luis Donaldo
Colosio, se hablaba de sus amigos y colaboradores como "las viudas de
Colosio" Y también surgió el mote de las "viudas solteras" para
aquellos que, sin haber sido ni siquiera amigos, se ostentaban como tales con
evidentes intenciones de lucrar política o económicamente con ello. Yo no
pertenezco ni aun grupo ni al otro. Aunque mucho me hubiera gustado serlo, no
fui su amigo en toda la extensión de la palabra, no obstante que durante años
nos tratamos con afecto y consideración. En esos casi cuatro meses en que
convivimos cercanamente, me distinguió con su afecto y con su confianza para
manejar cosas sumamente delicadas, como las que corresponden a quien controla
las finanzas de una campaña política.
Precisamente porque no había esa relación de
cercanía o de amistad y porque yo abiertamente apoyaba a uno de sus rivales en
la búsqueda de la candidatura, es que valoré tanto y me sentí tan honrado y
comprometido de que me invitara a integrarme a su equipo, como secretario de
finanzas del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, a cargo, como mencionaba,
de los fondos de la campaña presidencial, las de senadores y diputados y
los relacionados con la operación normal del PRI.
Estos días, en que se conmemora el vigésimo
aniversario de su asesinato, he traído en la mente la figura de Luis
Donaldo y uno a uno me vienen a la cabeza constantemente recuerdos que se
tendré arraigados para siempre. Entre ellos, destacadamente, los
relacionados con las horas anteriores a su muerte.
Algo que caracterizó a la campaña del PRI de
ese año, fue la celebración de infinidad de eventos de financiamiento, dentro
de algo que llamamos "financiamiento proselitista" en donde
participaba activamente la sociedad civil: conciertos, comidas o cenas de
cuota, subastas, rifas, juegos deportivos, etc. Se trataba de acercar al
PRI a la sociedad civil, al ciudadano común y corriente, que tradicionalmente
había sido ajeno a estas actividades políticas. Así fue que creamos, por
ejemplo, las células empresariales, como una fórmula de participación de los
empresarios en actividades partidistas.
Pues bien, como parte de esos eventos,
habíamos tenido, la noche del día 22 de marzo, en la víspera de su muerte, una
cena con familias sinaloenses en la capital de ese estado. Luis Donaldo estuvo
muy contento, especialmente complacido con la gente que por esos rumbos lo
quería bien, pero además con el buen sabor de boca que le produjo la
declaración de Manuel Camacho comprometiéndose a dejar de lado cualquier
aspiración presidencial, la cual había venido manteniendo viva, en detrimento
de la campaña colosista.
Al término de la cena subimos a su habitación
para comentar los acontecimientos. Como era habitual, se escuchaban las notas
de alguna pieza de música clásica. Muy bien, Oscar, muy buena cena, la gente
está puestísima. Estos son el tipo de eventos que necesitamos, me dijo, ahí
vamos, pero hay que reforzar todo. Si traes tus papeles, te propongo que
tengamos acuerdo mañana y revisemos lo que sigue durante mi traslado a La Paz.
General, le dijo al buen Domiro García Reyes,
quien por parte del Estado Mayor Presidencial coordinaba todas las
actividades relacionadas con su seguridad y con la logística, encárguese de que
alguien lleve a Oscar al aeropuerto y ahí lo veo después de mi entrevista de
radio, viajará conmigo a la Paz.
Ahí lo ví en la mañana siguiente, después de
su entrevista. En el camino al aeropuerto me tocó presenciar una anécdota que
cobraría mucho significado unas horas después. Los oficiales que me trasladaban
comentaron que el candidato había mandado arrestar a algunos de sus compañeros,
pues lo venían custodiando de manera muy evidente y notoria, contraviniendo sus
instrucciones acerca de un aparato de seguridad discreto que no agraviara a la
gente. ¡ni modo, jefe, me dijeron, por pendejos! Al candidato no le gusta eso y
ya nos lo ha dicho varias veces.
Al subir al avión, sudoroso y besuqueado por
sus admiradoras que lo esperaban en el aeropuerto, le pregunté cómo le había
ido en la entrevista y me dijo que bien, pero que le llamaba la atención
el ambiente de tanta preocupación por la inseguridad de la gente.
¡Y tu mandando arrestar a la gente que te
cuida, amigo! le dije. Bueno, es que ¡se pasan! me contestó, íbamos a un evento
privado y no me gusta que se vea tanto aparato de seguridad. ¡Quién nos diría
que unas horas después, moriría en un atentado!
Y también en la plática comentamos lo que se
publicaba en los periódicos en relación a Manuel Camacho. Por fin este cabrón
de Manuel se hará a un lado, es hora de recobrar fuerza y mirar hacia delante,
me dijo. Tuve un productivo acuerdo y me despedí en La Paz, pues debía regresar
a México a trabajar en los siguientes eventos. Me encantaría estar en la gran
cena que ha organizado Carlos Bustamante hoy en su casa, le comenté, pero creo
que debo ir por delante organizando los que vienen. No me perdonarías si la
cena en tu tierra, que será algo nunca visto, llegara a salir mal. Ni esa cena,
ni ninguna otra se llevarían a cabo para él. Tristemente, jamás lo volvería a
ver. Ya hablaremos en otra ocasión de todo lo que vivimos después del
atentado.
Nunca sabremos si hubiera sido o no, como se ha
llegado a decir, el mejor presidente que hubiéramos tenido. Sin duda contaba
con elementos importantes para serlo, tales como una sólida formación técnica,
una gran experiencia y oficio político, así como una imagen y carisma que
permitía a la gente identificarse con él. Sin embargo, no hay duda de que el
martirio exalta virtudes de quien lo padece y no ha sido él la excepción. Con
motivo de la conmemoración a que me refiero y con el deseo de que esta nos deje
alguna reflexión importante, he escogido el discurso que pronunció el 6 de
marzo (http://www.bibliotecas.tv/colosio/discursos/candidato06mar94.htm)
(https://www.youtube.com/watch?v=ZVWiMjErc-o), al cual, algunos fantasiosos mal
intencionados incluso han llegado a atribuirle méritos suficientes como para
provocar su asesinato por parte del régimen.
Aunque no creo que sea la síntesis de su
ideario o de su proyecto político o de gobierno, considero, eso sí, que dicho
mensaje fue el relanzamiento de una campaña desgastada y el replanteamiento de
su discurso político. Y ahí radica su mérito principal. A mi, por lo pronto, me
sacudió y me pareció que finalmente mi entonces partido político llamaba a las
cosas por su nombre.
Colosio, la zozobra estéril
Salvador Camarena
Eventos como el asesinato de Luis Donaldo Colosio
nos resultan en parte memorables porque, al quedar fijos en nuestra historia
individual, nos obligan a hacer cuentas sobre dónde estábamos entonces y dónde
ahora.
Cada quien recuerda el momento exacto en el que lo alcanzó la noticia del atentado. Pero, para mí, el recuerdo más nítido de aquella tragedia es el sentimiento que según yo impregnó esa noche a la redacción del diario donde trabajaba, a Guadalajara y, si me lo permiten, a la sociedad mexicana entera.
Era zozobra lo que se respiraba aquella noche. Para los tapatíos una zozobra menos histérica que la de la noche del 22 de abril de 1992, cuando cundieron rumores de que la ciudad toda podía explotar como la calle Gante, pero una zozobra más ominosa que la del 24 de mayo de 1993.
Cosas del horror: ni el asesinato de un cardenal nos preparó suficientemente para la angustia de no saber qué nos deparaba el futuro en un país donde incluso a un candidato presidencial priista se le podía matar.
¿Y qué nos trajo el futuro? No, reformulo, la pregunta correcta es: ¿y qué le trajimos al futuro desde aquel marzo de 1994?
Con hechos como el asesinato de Lomas Taurinas, la clase política y empresarial se asomó al desfiladero y luchó por su vida. La muerte de Colosio no fue una tragedia aislada. Los síntomas de una descomposición general se manifestaron por doquier hasta hacer que las élites buscaran el acuerdo que garantizara, antes que nada, su supervivencia.
Crisis política y económica hicieron que el PAN se abrazara al PRI para aprobar un rescate financiero con cláusulas no escritas de impunidad. Acción Nacional sabía que el descrédito que seguiría corroyendo al régimen le abonaba posibilidades de suceder al tricolor, como de hecho pasó. La izquierda en cambio no pudo articular una resistencia efectiva ante el nuevo pacto: se le puede anotar al PRD la victoria moral al denunciar un rescate donde los atracadores quedaron sin castigo. Pero poco más que eso.
Después, PRI y PAN se han alternado en la presidencia de la República, y junto con el PRD son hoy los coautores de un supuesto intento de rescate de lo que ellos mismos han minado durante estos 20 años.
Porque hace 20 años, cuando mataron a Colosio, pensábamos que habría que tener elecciones más limpias —con menos adjetivos, diría Krauze— y hoy estamos por reinventar el IFE. Hace 20 años creíamos que había que cuidar y reforzar a la CNDH, y hoy no hay quien hable bien de esa institución salvo los que viven de ella. Hace 20 años queríamos transparencia, y hoy ya podemos apuntarnos el haber destruido el primer Ifai. Hace 20 años el bienestar de los indígenas era un tema acuciante, hoy no lo es más. Hace 20 años la gente no confiaba en la televisión…
No estamos tan mal, no nos fuimos al despeñadero, sí hemos mejorado, dirán algunos. A ver quién es el guapo que se atreve a presumir en elecciones la anemia económica, la desigualdad y el crimen como “avances” 20 años después.
Consulta Mitofksy reveló la semana pasada que uno de cada tres jóvenes menores de 30 años recuerda quién fue Colosio. ¿Y los otros dos como por qué tendrían que hacerlo? ¿Por qué tendríamos que recordar esa zozobra si no nos hizo reaccionar y enfilar como sociedad hacia mejores horizontes? ¿Por qué recordar un magnicidio que sólo aguzó los instintos de quienes creyeron que podrían perderlo todo, y maniobraron para de nuevo tenerlo todo?
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