miércoles, 26 de marzo de 2014

COLUMNAS DE OPINIÓN



 


¿Otra vez Colosio en el PRI?



Jorge O. Navarro


Con la llegada de Enrique Peña Nieto a Los Pinos a partir del 1 de diciembre de 2012, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) —¿qué duda cabe?— ha hecho notorios esfuerzos por recuperar sus fiestas partidistas para reincorporarlas al calendario cívico del país tras 12 años de administraciones panistas, pero sobre todo, después de un desmantelamiento sistemático de la idiosincrasia priista impuesta por más de siete décadas de presidencialismo omnipotente.
El más reciente de los gestos de recuperación son las honras a la memoria de Luis Donaldo Colosio Murrieta, quien fue asesinado hace 20 años (23 de marzo de 1994) en la tristemente célebre colonia de Lomas Taurinas, en Tijuana.
Seguramente en todas las sedes estatales del PRI en este país hay cuando menos un busto de Colosio, herencia de la ola de arrepentimiento que generó el crimen (magnicidio le dicen) de quien siendo candidato era prácticamente presidente electo. Por años, sin embargo, quedaron en el olvido su figura y su discurso.
¿A qué obedece entonces que repentinamente se vuelquen en halagos y homenajes a la figura del muerto, desde el mismo Peña Nieto hasta el más humilde dirigente de la Fundación Colosio? ¿Descubrieron de pronto un mensaje revelador en los discursos de quien fue diputado, senador y secretario del gabinete de Carlos Salinas de Gortari? Seguramente no. Es más, mucho presume quien habla de “colosismo”, porque esa ideología simplemente no existió nunca.
Lo que sí se puede apreciar al revisar los mensajes de Luis Donaldo el candidato es la recuperación de la corriente priista de pensamiento más apegada a la defensa social, aquella que ponderaba la igualdad y el cierre de brechas entre los más pobres y los favorecidos; la aplicación de la justicia frente al enriquecimiento inexplicable y el tráfico de influencias; la prosperidad de la persona fundada en su trabajo y no en el sometimiento al corporativismo… en suma, nada que no hubieran prometido antes los candidatos presidenciales del PRI.
Si se dejan de lado especulaciones y sospechas; si se obvian los conflictos de poder con el mismo Salinas de Gortari, con Manuel Camacho Solís y Ernesto Zedillo; si se hace caso omiso de la cuestionada teoría del asesino solitario (Mario Aburto Martínez), ¿cuál es, al final, el saldo de la muerte de Colosio?
En lo que coinciden desde hace años analistas e historiadores, es que con la desaparición de Luis Donaldo se consolidó el control de los tecnócratas en el PRI. Se radicalizó la visión de un sector priista que hoy desemboca en la aplicación y defensa de posiciones neoliberales. Y como muestra más acabada están las llamadas reformas educativa y energética.
Es fácil recordar cómo después del asesinato de Colosio surgió una corriente interna en el PRI que pretendió aplicar la renovación partidista, pero sin éxito. Prácticamente fueron borrados del mapa priista y apenas consiguieron ocupar algunas posiciones, sin alcanzar apenas notoriedad.
¿Qué ofrece hoy la recuperación de la figura de Colosio Murrieta?
Quizá un intento de conciliación con las bases, pero ni remotamente, un cambio.







El “Chapo” escribe su libro; el Gobierno teme que se escape


Carlos Loret de Mola


Pocos detalles se han revelado de las condiciones en que vive Joaquín el “Chapo” Guzmán Loera en el penal de máxima seguridad del Altiplano, con sede en Almoloya de Juárez, Estado de México.
Quienes han tenido acceso a la averiguación previa de la PGR cuentan que ha sido cauteloso en sus declaraciones, que parece haberse preparado por años para el momento que enfrenta, que no se equivoca en qué decir y qué callar. Sabe el poder de sus dardos.
Estaba nervioso en los primeros minutos tras su arresto en Mazatlán y luego en el vuelo hacia el Distrito Federal, según revelan algunos de los que lo vieron. Quería saber a qué cárcel lo trasladarían. Temía que fueran a torturarlo. Se expresaba preocupado por su familia hasta que las autoridades le garantizaron que no había nada contra su esposa y dos mellizas que se encontraban con él la madrugada en que lo aprehendieron.
Le permitieron hacer una llamada telefónica y le marcó a su cónyuge, Emma Coronel. Le dijo que estuviera tranquila, que le diera todo el expediente de su caso “al abogado” y que la esperaba en unos días para que lo visitara en prisión.
Un mes después, el “Chapo” está en la cárcel preparando sus memorias —un best seller indudable por el que seguramente varias editoriales se mostrarán hambrientas— y las autoridades temen que pueda fugarse otra vez, como lo hizo en 2001 del penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Jalisco.
Hasta el escritorio del secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, han llegado los diagnósticos de que no es completamente confiable el cuerpo de agentes de la Policía Federal encargado de resguardar las sofisticadas instalaciones carcelarias del Altiplano.
Éste fue otro de los factores por los que se decidió reforzar el mando en la Comisión Nacional de Seguridad con la salida del honorable y caballeroso doctor Manuel Mondragón y Kalb, para buscar más dinamismo en la gestión a través de Monte Alejandro Rubido García.
El peligro de que Guzmán Loera se escape de la cárcel pesa ya en la evaluación sobre la posibilidad de extraditarlo a Estados Unidos. El Gobierno federal tiene frente a sí la apuesta de tomar control total de la cárcel federal para demostrar mando y fuerza, o eludir el escándalo que sería una segunda fuga del “Chapo” endosando la bronca a la administración de Barack Obama.

SACIAMORBOS

El día que capturaron al “Chapo” estaba con seis personas más en el departamento 401 de la torre Miramar del malecón de Mazatlán, Sinaloa: “Cóndor”, que era su jefe de seguridad; “La Chapis”, su cocinera; una nana de sus hijas, su esposa Emma y sus mellizas de tres años de edad. Las niñas nacieron en California. Relatan que Guzmán Loera iba frecuentemente a Estados Unidos usando identidades falsas, y allá las autoridades por años no lo agarraron, aunque su ayuda sí fue clave para ubicarlo y detenerlo en territorio mexicano hace un mes.






Pérez Gay y Escalante: La Razón amordazada


Rogelio Guedea 

El desaguisado mediático de más peso (por lo menos en los últimos meses) lo ha vuelto a dar el periódico La Jornada, vocero de la izquierda mexicana, que perdiera un juicio contra Letras libres, acusada de calumnia. En esta ocasión, La Jornada parece que se salió con la suya al conseguir no sólo hacer que renunciara Pablo Hiriart a la dirección del rotativo, sino que salieran dos plumas angulares: la de Rafael Pérez Gay (Gil Gamés) y la de Fernando Escalante. El motivo: un amago por parte de Carmen Lira, directora de La Jornada, para acallar las críticas disparadas contra sus posturas pro-maduristas, lopezobradoristas, y demás. El tema tiene muchas aristas: desde las que hablan de la amistad del empresario petrolero Ramiro Garza Cantú, dueño de La Razón, con Carmen Lira, hasta aquellas que indagan sobre las posibles amenazas (relacionadas con Oceanografía y sus negocios petroleros) con las que ésta última amagó a Garza Cantú para detener la andanada de críticas. Incluso se ha llegado a decir que es una estrategia de Pablo Hiriart para desprestigiar a La Jornada, debido a un resentimiento personal añejo. Cualesquiera que hayan sido las razones (políticas, económicas, ideológicas o personales), lo que es inaceptable en este caso es la consumación de la censura en un país en donde el derecho a la libre expresión (y ahí está la enseñanza dejada por la Suprema Corte en el caso Letras Libres-La Jornada) ya no debería estar a debate, sobre todo ahora que nos hemos jactado de vivir en una democracia, donde la tolerancia, la pluralidad y el respeto a los derechos del otro duermen en nuestra misma cama. Ningún medio de comunicación puede erigirse en depositario de la verdad absoluta, y menos si éste es de ascendencia progresista. La Jornada está en su derecho de criticar sistemáticamente al PRI, cuyos males son palpables y cuya reforma energética es un insulto para los mexicanos, como lo está también en acallar todas las tropelías cometidas por la izquierda mexicana, en muchos ámbitos sumamente reaccionaria, ignorante y corrupta. El mismo derecho le asiste a La Razón en cuanto a su postura ideológica anti-madurista y anti-lopezobradorista. Ya los lectores tendremos el derecho de creerles o no, de comprarlos o no. Pero, eso sí, nadie tiene derecho a silenciar el disenso, sobre todo si éste salvaguardó las garantías de un tercero. Tener el derecho de pensar diferente y, sobre todo, de decirlo, ya lo sabemos, es un derecho humano universal que fue concebido luego del convencimiento (de filósofos como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etcétera) de que el disenso es una vía auténtica de participación política. Así que, como lo escribió John Stuart Mill en Sobre la libertad, no olvidemos nunca lo siguiente: “lo que hay de particularmente malo en imponer silencio a la expresión de opiniones estriba en que supone un robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de esta opinión y a los que la sustentan, y quizá más. Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden lo que es un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error. Es necesario considerar separadamente estas hipótesis, a cada una de las cuales corresponde una zona distinta del argumento. Jamás podremos estar seguros de que la opinión que intentamos ahogar sea falsa, y estándolo, el ahogarla no dejaría de ser un mal.”



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