lunes, 21 de abril de 2014

COLUMNAS


CADA LUNES DESDE ALGÚN LUGAR DE JALISCO 

 



WASHINGTON D. C.


Fernando F. Velasco Villa SDG

Felices Pascuas de Resurrección a todos mis gentiles lectores. Aunque la publicidad comercial, magnifica la Navidad, es la Resurrección de Jesucristo, la fiesta más importante para los católicos y todos los cristianos.

Por tratarse de nuestro país vecino, muchos mexicanos hemos viajado a los Estados Unidos, haciéndolo la mayoría, a poblaciones del sur –cerca de la frontera-, a Disneylandia –en la zona metropolitana de Los Ángeles en California-, a Disney World –en Orlando, Florida-, a Las Vegas, a Nueva York, o a Chicago; sin embargo, aunque no es uno de nuestros principales destinos, una de las poblaciones que más visitan los norteamericanos, es la capital; Washington, ciudad cosmopolita, centro nacional de comercio y arte, ubicada en el noreste; y a donde durante unas vacaciones de mis estudios universitarios, fui a mejorar mis conocimientos del idioma inglés, al Instituto Nacional de Lenguas Modernas.

Destacan el National Mall –Mall no significa en este caso: Centro “Comercial”, sino Centro Nacional-, en el que se ubican EL Capitolio donde sesionan en el Congreso: La Cámara Baja (The House) y el Senado –y atrás de su fachada este, el edificio de la Suprema Corte y la Biblioteca del Congreso-, el Monumento a Washington, la Casa Blanca (a la que actualmente sólo permiten el ingreso a los ciudadanos estadounidenses), el Monumento a Lincoln –Lincoln Memorial- y todos los museos del Smithsonian Institution, a los que a diferencia de la mayoría de los Museos en otras ciudades del mundo, se entra “gratis” y que incluyen: La Galería Nacional de Arte –que se ubica en dos edificios, este y oeste-, el Jardín Botánico, el Museo en Memoria del Holcausto, el Museo de Historia Americana, el Jardín de Esculturas y Museo Hirshhornel, el Museo del Aire y del Espacio, El Museo de Arte Africano y el Museo de Historia y Arte Natural, en el que impresiona la exhibición de gigantes esqueletos de animales prehistóricos.

Fabulosa la Galería Nacional de Arte, creada en 1937, por una resolución del Congreso que aceptó el donativo del coleccionista de arte: Andrew W. Mellon que incluyó importantes obras de arte –pinturas y esculturas- y el edificio que las acogería; complementada con otras colecciones privadas y aportaciones ciudadanas, muestra obras de los más grandes artistas, como “La Adoración de los Magos” de Botticelli, “San Jorge y El Dragón” y “La Virgen María, el Niño Jesús y San Juan” de Rafael, “Cuatro Bailarinas” de Edgar Degas, “La Mujer con el Parasol – La Señora Monet y su Hijo” de Edouard Monet, “La Mousmé” de VIncent Van Gogh y “La Última Cena” de Salvador Dalí.

Muy interesante y educativo, el Museo Nacional del Aire y del Espacio – NASM National Art and Space Museum-, que recibe a más de diez millones de visitantes al año, en veintitrés galerías y dos locaciones adicionales, que albergan la colección más importante del mundo, sobre todo lo relacionado con transportación aérea, desde la explicación de por qué se mantienen en el aire los objetos, el aparato en el que viajaron en 1903 los hermanos Wright, el Espíritu de San Luis de Charles Linderbergh, el Módulo de Comando del Apolo 11, el Planetario de Albert Einstein, las exploraciones a la luna y a otros planetas, teatros IMAX, simuladores de aviones y más de 100 aviones desde la superfortaleza “B-29 Enola Gay”, hasta el supersónico Concorde.

Georgetown es a la vez el nombre de una prestigiada universidad jesuita –la más antigua institución estadounidense de educación superior- y el nombre del barrio que ha sido sede de la realeza washingtoniana, con construcciones de ladrillo y piedra, callejones adoquinados y una emotiva vida nocturna. Llama también la atención El Pentágono cuyo Memorial, honra a las 184 personas del Vuelo 77 de American Airlines, que perdieron la vida en los ata1ques del 11 de septiembre del 2001. La Catedral Nacional de Washiington, es Episcopal; la Católica es la de San Mateo Apóstol, que ofrece servicios desde el siglo XIX y fue restaurada de 1993 al 2003. Son también famosos “Dupont Circle” y el Cementerio de Arlington.

Ciudad agradable, bien trazada, cuya nomenclatura de sus calles con letras y números facilita la ubicación y por no permitir edificios de más de ciertos metros, lucen majestuosos con la misma altura. Vale la pena visitar Washington.

Hasta la próxima semana. ferfvelv@prodigy.net.mx









ALGO MÁS QUE PALABRAS 

 



SOMOS PURA EXPRESIÓN EN EL VOLUMEN DE LA VIDA


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Víctor Corcoba Herrero

corcoba@telefonica.net

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Somos pura expresión, una especie de verbo en medio de un océano de silencios, y, evidentemente, nuestras raíces están impresas en los sonidos a través del volumen de la vida. A veces necesitamos releer nuestra propia existencia, cuando menos para recapacitar y tomar aliento. Como dijo en su discurso ante las Naciones Unidas, Malala Yousafzai, la alumna pakistaní a la que dispararon los talibanes por asistir a clase: "Tomemos nuestros libros y nuestros bolígrafos, que son nuestras armas más poderosas". Ciertamente, el poder de la palabra es inmenso. Está cautiva en todas las obras impresas, a la espera de una mirada liberadora para que fluya el diálogo y el entendimiento, deseosa de activar esperanzas en un mundo cambiante. Sin duda, estos abecedarios son la materialización de las ideas, de la creatividad humana, de nuestra propia compañía, puesto que nos inspiran reflexión y tolerancia, capacidad de análisis y conocimientos para advertir los mil horizontes de pensamientos que nos circundan.


No tenemos otra historia como especie que nuestra manera de expresarnos, de convivir a través del tiempo; y, en este sentido, todo está en los libros que, al fin, son nuestras herramientas más sublimes para elevarnos como seres humanos. Con justicia, en 1995, la UNESCO proclamó el 23 de abril "Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor"; onomástica que ha de suscitarnos cada vez más fidelidades y adhesiones en esa búsqueda permanente en la que nos movemos, como herramienta de aproximación y puerta de acceso a la diversidad, puesto que son nuestros aliados para difundir ese mundo explorado y el que aún nos queda por explorar, y al que hemos llegado por la literatura. No olvidemos que la letra impresa tiene corazón, imprime nuestros exclusivos latidos. La más bella invención del ser humano habita en los tomos escritos por nuestros antepasados y por nosotros mismos. Con razón se dice que un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma. No es posible vivir sin ellos, forman parte de nosotros hasta el punto de revivirnos la comprensión mutua, con la apertura a los demás y al mundo.


En el apasionado volumen de la vida cada ser humano injerta a sus ideas, el arte de la palabra, un valioso instrumento de intercambio del saber, que nos permite forjar en la mente lenguajes diversos, imprescindibles para poder vivir unidos y necesarios para el acercamiento de los pueblos. Toda nuestra historia germina en los libros, fruto del trueque de ideas entre las culturas, de ahí la importancia de que cualquier ser humano tenga acceso a ellos, para poder instruirse, con la libertad de poder hacerlo. En efecto, es esa "libre circulación de ideas por medio de la palabra y de la imagen", consagrada en la Constitución de la UNESCO, lo que debe seguir siendo objeto de nuestra vigilancia perseverante en el momento actual, para, de este modo, seguir promoviendo el acceso universal al libro. Mafalda, el personaje de cómic creado por el argentino Quino hace cincuenta años, es el estandarte de los actos de celebración del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor de la Unesco. Nadie mejor que ella, ocupada en cuestiones humanitarias y preocupada por los aconteceres de la vida, para instarnos a la lectura, a través de sus geniales historietas.


Indudablemente, formamos parte de ese libro existencial que nos conecta unos con otros. Bajo este espíritu de realización personal, Port Harcourt (Nigeria), ha sido nombrada Capital Mundial del Libro 2014, debido a la calidad de su programa, especialmente por centrarse en los jóvenes y por su contribución a la mejora de la cultura del libro, la lectura, la escritura y la edición en Nigeria con vistas a incrementar los índices de alfabetización. En cualquier caso, y si en verdad queremos activar la sociedad del conocimiento, hemos de avivar el amor por los libros, poniéndolos al alcance de todos como una fuerza de sosiego y desarrollo, de inteligencia y paz. Este ha de ser el objetivo, el deseo por aprender y superarse. Está visto que tal superación rectamente entendida, es mucho más importante que cualquier riqueza acumulada. Por tanto, en el contexto de tal visión de los valores de progreso, hemos de concienciarnos que la promoción humana llega por la vía del cultivo. Y así, de este modo, la lectura de un buen libro puede ser fundamental para el rumbo de nuestra personal vida; no en vano, hay una interconexión entre el autor y el lector, una mística plática entre el libro que expresa emociones y nuestra propia alma que contesta. Tanto es así que, en tantas ocasiones, vivimos del recuerdo que nos deja un libro, porque es como tener la oportunidad de vivir varias veces.


Hemos de pensar que, al igual que un libro, también los evocaciones nos pueblan las soledades. Todo se confluye en esta concordia de lenguajes. Ahí está el libro de la naturaleza despertándonos cada día. O el propio libro de la humanidad reflejándonos vivencias pasadas. O el libro de cabecera brotándonos un sueño, enamorándonos de la luz que bebemos a diario. Un teólogo alemán, Thomas De Kempis, se afanaba en buscar sosiego por todas partes, al final lo descubrió sentado en un rincón apartado, en silencio, con un libro como compañero. Así de fácil.


Las cosas sencillas suelen ser las más hondas. La mejor compañía siempre reside en nosotros mismos, en nuestras expresivas acciones, que todo lo explican, que todo lo hacen posible, en esta obra viviente, verdaderamente fascinante, que llamamos peregrinación. Y justo, en este peregrinaje en el que nos encontramos, a menudo hablamos de ilusiones. Nuestro deber es convertir esta sana expectativa en realidad positiva mediante el esfuerzo, el compromiso, la capacidad y la honestidad. Con pasión, pero sobre todo con mucha compasión, debemos construir el futuro que la gente quiere y que nuestro mundo precisa, sabiendo que uno se dignifica adentrándose en el libro de la conciencia, tantas veces olvidado. Por supuesto, tenemos tantas colecciones de obras a proteger, lo que exige de nosotros menos indiferencia y más compromiso con la auténtica palabra, que bien vale la pena ponerse a reflexionar.

Es hora, pues, de abrirse a la vida dejándose acompañar por un buen libro, que será el que nos haga más libres. De lo contrario, mejor lo ignoramos, porque no será un libro, será otra cosa. Por desgracia, también se publican muchas incoherencias, que nada tienen que ver con la rama del pensamiento, el campo de estudio o ciencia concreta. El auténtico libro se le reconoce por su ingenio, por su antorcha de lucidez, por su manantial de verdad, por su compromiso a comprender al lector, por su coraje a denunciar lo injusto y por su capacidad de explicitar lo que no se puede explicar de otra manera. Lástima que no puedan disfrutar todavía de este manjar los de abajo, los que esperan desde hace siglos una oportunidad, los que se desesperan a la cola de una oficina pública, porque no saben leer o no tienen nada para leer. Debieran obsequiarle con alguna obra. Sería todo un detalle. O sí quieren, un predicar con el ejemplo. Ya lo decía mi abuela materna, la que nunca había tenido un libro entre las manos por falta de recursos, tan importante como el pan es un libro para despertar y poder cambiar de vida






Opciones




¿Quién era Jesús?



Blanca Esthela Treviño de Jáuregui



¿Quién era el carpintero hebreo nacido en Belén que enseñaba a los Doctores de la Ley en Palestina? Resucitaba muertos, limpiaba a los leprosos, hacía ver a los ciegos, oír a los sordos, caminar a los inválidos… ¿quién era? Cuando llegó a Jerusalén la inmensa multitud lo proclamaba recibiéndolo con ramas de palmeras. Pero luego buscaron motivos para condenarlo.

Jesús de Nazaret hablaba con autoridad tranquila como la de aquél que sabe, aquél que dice cosas que ha experimentado en un universo diferente pero a partir del cual todo queda iluminado en este mundo. Jesús hablaba de ir más allá de la aparente claridad de las formas y de las leyes. Él hablaba del Reino del Amor que trasciende los límites del mundo de superficie; amor y perdón a un pueblo que por milenios se había regido por el principio de ojo por ojo, diente por diente. Se atrevía a hablar de justicia social a un pueblo que en el circo romano se divertía viendo a los leones comer vivos a los humanos.

¿Quién era? Jesús de Nazaret era un misterio desconcertante y paradójico: proponía vivir en paz a un pueblo que siempre había buscado la guerra. Sus palabras provocaban una paz enorme, pero a la vez una paz inquieta. La paz de la que hablaba no era la de mantenerse al margen de todos los conflictos y problemas para asegurar la propia tranquilidad. Jesús se colocaba en el centro mismo de las pasiones religiosas, sociales y políticas de su tiempo para morir crucificado en medio de ellas. Cristo, al hacer la paz, tuvo necesariamente que vivir en medio de guerras, entre combatientes a quienes quería reconciliar. ¿Cuántas veces hay que perdonar? Le preguntaron: “Hasta setenta veces siete”.

En la época de los Césares, Cristo fue un revolucionario sin armas. Echó por tierra las doctrinas que esclavizan al hombre y trajo la fe que le devuelve su libertad y responsabilidad social. Cristo no impone una opción política determinada porque supera todas las perspectivas. Él habla de un cambio radical de gobernantes y de gobernados. Al superar el conjunto de deberes religiosos de la antigua Ley, y al implantar el amor a los semejantes, Cristo revoluciona las relaciones humanas: desea transformar los espíritus hasta el punto de exigir la transformación de todas las personas y de todas las instituciones.

El reino del que hablaba Jesús no era un reino de poder material, sino un reino de fraternidad, de amor y de servicio, en el que todo ser humano debe ser amado y respetado por el hecho de ser persona. Existe un poder misterioso que está más allá de la persona, pero que no está totalmente fuera de ella. El poder que permite realizar lo imposible puede ser llamado fe, porque libera en el interior del ser una fuerza que está más allá de sí mismo.

La fe es la convicción de que el bien es más poderoso que el mal, y que la verdad es más fuerte que la mentira. Creer en Dios es creer que al final el bien y la verdad habrán de triunfar sobre el mal y la falsedad. Es estar convencido de que existe un poder para el bien en el mundo, un poder que se manifiesta en las más profundas energías y fuerzas de la persona de fe. Un poder que es irresistible.

Tener fe en el reino del que Cristo hablaba es estar convencido de que, suceda lo que suceda, el reino habrá de venir: un reino en el que todas las personas puedan vivir juntas en solidaridad y justicia. No es posible la fe sin compasión o compromiso social: la fe no es un modo de hablar o de pensar, sino un modo de vivir y de morir. Cristo quiso morir con los brazos clavados en un abrazo para manifestar su amor por la humanidad. Con sangre selló sus palabras. “Amaos los unos a los otros”, nos dijo. “Amad a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo.”

Si desde lo alto de la cruz, en este momento en que mil facciones políticas, religiosas y económicas amenazan con desintegrar al mundo, nos preguntara: ¿Qué han hecho con mis palabras? Tal vez no nos atreveríamos a levantar la cara. Hemos antepuesto los ídolos del poder y del tener al amor del verdadero Dios. Hemos olvidado desarrollar a nuestros hermanos marginados anteponiendo intereses personales. Hemos olvidado ser cristianos. betrevino@prodiogy.net.mx

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