sábado, 26 de abril de 2014

COLUMNA



A Gabriel García Márquez



Luis Ernesto Salomón


Mariposas amarillas acompañan a Gabriel García Márquez en su viaje de regreso a la ciénega grande. En el trayecto de vuelta habrá de pasar por las redacciones de los periódicos impresos en su amada Colombia; habrá de ver a la luminosidad impactante de Barranquilla con el ambiente bohemio de La Cueva, y habrá de revivir el pretendido ambiente europeísta de Bogotá. Regresará a Aracatáca tranquilo luego de un periplo por un mundo en el que supo levantar su palabra para expresar la esencia de la gente de la costa de Colombia, con esa alegría ingeniosa y bullanguera que describió magistralmente.

En su viaje conoció personas y creó personajes, se comprometió con lo que creía, enfrentó adversidades. El destino le trajo a estas tierras y se convirtió en el colombiano más mexicano y el mexicano más colombiano. En Colombia fue siempre amado por unos y controvertido por otros. Su forma de pensar y sus relaciones políticas le acercaron afectos, disgustos y hasta enemigos. Pero gracias a eso llegó a esta Patria que le acogió y ahora le honra como mexicano que es, al llevarlo al Palacio de las Bellas Artes.

Ahora que se ha ido seguramente muchos habrán de tomar conciencia de su dimensión trascendente que con palabras hizo que el mundo mirara la costa de Colombia con la calidez humana dibujada en las oraciones de Cien Años de Soledad.

Antes de iniciar la parte más vital de su trayecto, aún muy joven, Gabriel García Márquez también habría dicho: “Soy mejor en el relato”. A partir de ahí se habría convertido en periodista y autor de cuentos y novelas. Se hizo creador de mundos y espacios a partir de su propia vida. Su Macondo es una realidad mágica que combina las imágenes de su tierra natal, llena de colores, contrastes, montañas, selva, humedad, palafitos y vida. Vida con alegría como muerte con solemnidad. Ahí las personas se mezclan con los personajes como los dioses griegos se relacionaron con los humanos. Sus historias tomadas de la tradición popular costeña, y de las obras de Cepeda Zamudio y otros colegas, fueron recreadas con una pluma que tomando las frases frescas se conforman con algún soplo de las lecturas de Joyce y Rulfo. En ellas, se expresaron plenos de condición humana aquellos personajes y personas, y lograron que los ojos de la literatura del mundo voltearan la vista a Colombia, a México y a la región latinoamericana.

Gabo fue mexicano por decisión y aquí ha dejado huella en la formación periodística, en la literaria y en la industria de las letras. Su amistad con Carlos Fuentes y su generosidad hicieron posible la fundación de la Cátedra Julio Gortázar en la Universidad de Guadalajara, que recibió siempre el apoyo de Gabo para consolidar la Feria Internacional del Libro como el evento de su tipo más importante en nuestra lengua. Esa feria, cuyos edificios están llenos de historias que han puesto contra la pared a muchas personas, porque con la literatura cambian su vida. En México escribió la mayor parte de su obra, sin dejar de pensar en su Patria. Mariposas amarillas revolotean sobre la ciénega para llevar de regreso al autor, que sin ser Coronel, sí tiene quién le escriba.

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