martes, 22 de abril de 2014

COLUMNAS


Un momento por favor





José de Jesús Juárez Martín


Hace cincuenta, sesenta años



Don Agustín Yánez describe magistralmente los días luto de la Semana Santa en los Altos de Jalisco, él se refería en su obra “Al filo del agua”, a Yahualica de mujeres enjutas y vestidas de negro. Comparto esta experiencia en pueblos de Jalisco y de la región mencionada de hace sesenta (70) a cincuenta años (60), porque como niño y adolescente los viví a la usanza y costumbres de entonces. El recuerdo nítido, el sentimiento bello de tiempos vividos y nostálgicos, me sitúa en este Domingo de Ramos a una comparación porque ahora no me sustraigo, simplemente: lo vivo y aunque soy testigo no participante, me involucro en las actividades religiosas, populares y sociales de este inicio de vacaciones escolares.

Lo recuerdo bien, desde el viernes de Dolores, había casas que abrían sus grandes ventanas para lucir el altar a Ntra. Sra. de los Dolores y era tanta la cantidad de veladoras que se les nombraban incendios, se visitaban y se obsequiaba agua de chía, limón o cualquier otro sabor de fruta natural a los visitantes, los días jueves y viernes de la Semana Mayor, eran de oración, luto, reflexión, pesar por la muerte de Jesús Cristo, de silencio, meditación y rezos: La música popular desaparecía de la radio y la programación y las voces de los locutores se atemperaban solidarios a la celebración católica de la pasión, muerte y resurrección del Salvador.

Mi padre me platicaba que cuando él fue niño, desde el miércoles por la noche ya existía un recato total a estos días lo que ahora parece sólo diversión, contaba, que quienes llegaban al pueblo en caballo bajaban y hasta las espuelas recogían para respetar el silencio que había en la población, las campanas permanecían enmudecidas, el sonar de la matraca rasgaba el silencio de la mañana , tarde y de la noche señalando los tiempos de la oración, de los oficios y de los viacrucis, a las 10 de la mañana y 3 de la tarde del jueves, luego, antes de las 5 de la tarde los doce niños elegidos llegaban al templo abriéndose paso en la apretujada asamblea eucarística, hasta el presbiterio donde las bancas separadas los recibían a la vista de los asistentes, el sacerdote de mayor jerarquía eclesiástica lavaba los pies a los niños, los secaba y besaba con ternura, recordando a Jesús que a sus discípulos les diera esta muestra de aprecio y respeto ante el asombro y protestas de Pedro.

En esa celebración litúrgica, al término, con los mejores cantos de la Misa de la conmemoración de la Institución de la Eucaristía, se depositaban las especies sacramentales en el sagrario al centro del esplendoroso monumento donde se quemaba la cera crepitando, lucían las frescas flores, la profusión de luz llenaba los espacios, los cantos de las aves llevadas en sus jaulas con gorjeos y cantos eran la música natural que ofrecían aquellos jilgueros, canarios, calandrias ruiseñores, cenzontles, etc. a su Dios hecho hombre. Traídos junto con palmas y las macetas cuidadas con cariño por las amas de casa desde diversos hogares. Luego como peregrinaciones desde diversos puntos se iniciaban las visitas a los siete templos, significando los siete lugares por los que fue llevado Jesús en la víspera de su muerte.

Todos los altares igualmente adornados, las calles eran verbenas, sólo que sin estridencias, ni música, con los más variados antojitos, golosinas, aguas frescas de frutas, empanadas, lechugas, tejuino, cerveza de raíz, pinole, ponteduro, buñuelos, frutas, etc. Los pueblos chicos que sólo tenía un templo, la gente, visitaba al Santísimo, y salía, daba un espacio de tiempo y volvía a entrar hasta sumar siete veces.


APÉNDICE.


La Diócesis de Ciudad Guzmán se esparce en 24 municipios del Sur de Jalisco.

10 parroquias en Ciudad Guzmán, de las 54 de la Diócesis.

1 Obispo, 100 presbíteros para la atención de la administración de sacramentos, liturgia y proclamación de la Palabra.

Más de 450, 000 fieles

1 Seminario donde se han formado más de 60 sacerdotes de 1983 al presente que colaboran en las parroquias o en diferentes servicios eclesiales.

Los sacerdotes al servicio de le Diócesis eran 110 en el año 2000. Actualmente son 100 los sacerdotes.





Inmortal 

 




Jaime García Elías

Fue, literalmente, la Crónica de una Muerte Anunciada. Una semana antes, cuando trascendió que estuvo internado en un hospital de la ciudad de México, el mundo entendió que la muerte de Gabriel García Márquez era inminente. Y así fue. El jueves, cuando sucedió lo inevitable, los sabios del pueblo recordaron que dos días antes lo habían anticipado puntualmente:
—Estos eclipses —advirtieron— siempre traen desgracias aparejadas: muertes indeseables; sismos; calamidades…
*
Cuando murió, García Márquez había puesto el punto final, hasta donde se sabe, a su obra como escritor, desde hacía varios años. Reacio (“ma non troppo”, porque al desatender las múltiples invitaciones que recibía, solía obsequiar alguna frase, la promesa de un nuevo libro que estaba en gestación…) a las entrevistas, aún pudiera suceder que, para festejar su propio centenario —evocando a Aureliano Buendía—, “Gabo” sorprendiera a la humanidad con alguna obra póstuma.
En sus presentaciones públicas, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, García Márquez integró, con José Saramago y Carlos Fuentes, una tríada de oráculos del bien decir y del bien pensar. Su visión crítica del mundo y la autoridad moral de haber mantenido una sana distancia con respecto a los poderosos (Fidel Castro sería, tal vez, la excepción a esa regla, especialmente notoria después de que Saramago —“hasta aquí llegamos…”— hizo público su rompimiento con el líder cubano) daban a su palabra un sentido único.
*
Al margen de su bien ganada celebridad como oráculo de la cultura, García Márquez fue uno de los escritores más seductores de su generación. Sin perjuicio de incurrir, ocasionalmente, en indigestos, extenuantes alardes cortazarianos o proustianos (aquellos capítulos de El otoño del patriarca, de 40 o 50 páginas vertiginosas, sin un solo punto ya no digamos para poner el separador, sino simplemente para respirar), “Gabo”, a diferencia de la generalidad de sus contemporáneos, era extremadamente fácil de leer. Sus obras —con alguna excepción…— son de largo aliento por la frescura de su pluma, y porque sus personajes, por extravagantes o fabulosos que ocasionalmente parecieran (un hombre alado, una mujer con una cabellera kilométrica…), eran (son) verosímiles: de carne y hueso; tan virtuosos y tan pecadores como el resto de los mortales.
García Márquez recibió en vida todos los honores a que puede aspirar un ser humano. El Premio Nobel de Literatura, por ejemplo, discutible en muchas ocasiones, en su caso fue recibido por aclamación. Lo que resta es constatar que su muerte se limitó a ser un accidente inevitable, punto menos que irrelevante, en un hombre que había labrado, con sus propias manos, la palabra adecuada en el pedestal de su figura: Inmortal.

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