sábado, 31 de mayo de 2014

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Los conjurados

Juan Carlos Onetti, veinte años después



Ricardo Sigala



Ayer se cumplieron 20 años de la muerte de Juan Carlos Onetti. Han pasado dos décadas y, a diferencia de lo que sucede con otras personas, con otros autores que comenzamos a olvidarlos de la manera más natural y necesaria, a Onetti cada día sus lectores lo echamos de menso con más intensidad. Un maestro de la novela contemporánea, Juntacadáveres y El astillero hubieran bastado para ponerlo en un nicho en el cual rendirle tributo entre las divinidades seculares de las letras. Sin embargo no le bastó, además quiso heredarnos varias excelentes novelas cortas: Los adioses, La vida breve, por citar sólo un par. Y qué decir de sus memorables cuentos, ¿quién puede leer “El infierno tan temido” y vivir para olvidarlo?

Juan Carlos Onetti fue de esos padres del Boom, que el Boom recuperó para bien de los lectores y de los escritores que aprendieron tanto de él. Llamó la atención entonces su extravagancia que consistía en no ser extravagante en el sentido en que lo eran los autores del Boom. Me explico, en sus obras no hay realismo mágico, no ni rasgos de barroquismo, no encontramos sagas familiares, ni derroches técnicos ni experimentos narrativos, es decir no se parecía a García Márquez ni a Cortázar ni a Vargas Llosa. Siempre se dejó leer con sorpresa, sus libros contienen el misterio de las grandes obras, hay algo que no siempre sabemos explicar ni entender que nos hace sentirnos ante algo sagrado (que en el mundo de la literatura se traduce como el milagro del hecho estético). Onetti alcanzó la hechura de obras de altura universal, de una profundidad pocas veces lograda. 


Onetti nunca fue un gran vendedor de libros, pero es de esos autores que siguen publicándose y aun cuando en ciertos momentos se complica encontrar ciertos títulos es un autor permanente. En Especial es un autor que retoman otros escritores. Rodrigo Fresán lo rescata de entre los olvidados del Boom en una conferencia en la Casa de América en España. El nuevo libro de Juan Villoro, Balón dividido, inicia evocando la figura de Juan Carlos Onetti ganándose la vida como boletero del estadio Nacional de Uruguay. Carlos Fuentes, que era un gentleman, dejó con frecuencia sus buenos modales para acercase un poco a este hombre con apariencia de estibador que rendía tributo a la pereza, al alcohol y a los burdeles. Vargas Llosa escribió El viaje a la ficción, un excepcional libro sobre la obra de Onetti, en parte por la admiración que por él sentía y en parte porque nunca se perdonó haber ganado el Premio Rómulo Gallegos en 1967, y que Onetti quedara en segunda lugar. Vicent Verdú dejó plantada a “una excelente muchacha dispuesta por fin a cometer adulterio tras años y medio de cortejo y en la que había empeñado una ilusión,” para hacerle una entrevista al esquivo y escurridizo uruguayo. La viuda de Onetti asegura que el mismo Coetzee, quizás el mejor escritor vivo en el mundo, la ha buscado para pedirle ejemplares de su marido.

Muchos lo han tachado de pesimista, gris, pesado. En fondo creaba esa impresión por su forma lapidaria de hacer declaraciones. Es muy conocida la conversación en que le dijo a Mario Vargas Llosa cuando hablaban de la disciplina para la escritura: “Tú tienes con la literatura relaciones matrimoniales, yo adúlteras”; de los periodistas dijo que eran tontos, porque siempre hacían las misma preguntas ¿para qué escribes? ¿para quién escribes? Hasta él mismo era objeto de sus bromas: A una chica que lo estaba mirando le dijo: “¿Te fijas en que tengo un solo diente? Te advierto que tengo una dentadura perfecta, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa”.

Con los que lo defraudaban era implacable, a Julio Cortázar no le perdonó que tratara mal al peruano José María Arguedas, ni a Camilo José Cela sus diferencias con Antonio Muñoz Molina, de quien fue ferviente admirador y quien prologó sus Cuentos completos en Alfaguara. Tenía un claro resentimiento contra su país, pues mientras en 1972 lo habían considerado el mejor narrador uruguayo de los últimos cincuenta años, en 1974 fue encarcelado por integrar un jurado en un concurso literario y terminó internado en un hospital psiquiátrico. En contraparte en 1980 fue galardonado con el Premio Cervantes, premio que lo ubicó en la cumbre de la literatura escrita en español. Una foto de Onetti en el hospital es su imagen más recurrente. Lo vemos en ropa interior, hoy sabemos que cerca de la muerte, pero con una mirada que nos dejó para la posteridad como pensando desde su mundo desgarbado, dejándonos la certeza de que cuando leamos o releamos sus libros nos costará trabajo imaginar que alguien con ese aspecto, un tipo tan soso, feo y mal vestido pudiera escribir con tanta perfección y tanta profundidad. Por eso hoy recuerdo a Juan Carlos Onetti, a veinte años de su partida.

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