domingo, 20 de enero de 2013

EDITORIALES






Veneno Puro



Rafael Loret de Mola

*El Clero en Polémica

*Aborto y Homosexuales

*El Peso de la Historia


Cuando Vicente Fox inició su andadura hacia el gobierno de Guanajuato en 1991, no dudó en enarbolar el estandarte de la Guadalupana en un contexto evidentemente político: el de sus mítines proselitistas cargados de inducciones variopintas. También en Chihuahua, desde 1986, quien fue postulado por el PAN para dirigir los destinos de su entidad, Francisco Barrio Terrazas, a quien no pocos llamaron el “ayatola” por el carácter místico que imponía en sus alegatos públicos, iniciaba sus arengas orando y haciendo rezar a sus seguidores como si tal fuera un valor político exclusivo de su causa.

En 2000, cuando Fox asumió la Presidencia de México sin el menor cuestionamiento a su legitimidad de origen –es necesario el apunte para subrayar las condiciones en las que seis años después se desprendió de la responsabilidad-, hizo descender de las paredes de Los Pinos las imágenes de Benito Juárez y otros próceres históricos para instalar los iconos religiosos que no parecían tener lugar en un estado constitucionalmente laico. Recuerdo, por ejemplo, que en la oficina de la vocera, entonces Marta Sahagún, visitada por cuantos periodistas buscaban la posibilidad de dialogar con el mandatario bajo el ruido del prometido cambio institucional, destacaban las esfinges de la virgen morena, la de San Juan de los Lagos –misma que estimula las peregrinaciones que pasan por el entrañable Bajío de los Fox hacia el segundo santuario más visitado de la República-, la de la Caridad del Cobre, cubana, y hasta la de San Charbel, el milagroso monje libanés honrado en la parroquia de Polanco. Era, sí, como una especie de capilla que contrarrestaba con la rigidez republicana de otros tiempos.

Como apunte curioso es necesario mencionar que la pareja mencionada, Vicente y Marta, quienes tanto pregonaron su catolicismo incluso para dejarse ver en las dominicales misas con señalado acento oportunista, optó por casarse y vivir al margen de la Iglesia aun cuando denodadamente presionaron para anular los primeros matrimonios de cada uno sosteniendo tal petición incluso ante el Papa, Juan Pablo el Magno. No se olvida, igualmente, que el Pontífice, aburrido de la historia, llegó a solicitar a aquella “primera dama” que se abstuviera de tratar el asunto en su presencia.

No olvido igualmente la tremenda sentencia de Fernando Gutiérrez Barrios, el legendario veracruzano que cursó como secretario de Gobernación durante los primeros cuatro años del salinismo trágico, en ocasión a las reformas por las que se reconoció la personalidad jurídica de las Iglesias habilitando con ello a la reanudación de relaciones entre México y la llamada Santa Sede:

--Los curas –señaló con sarcasmo-, nunca se conforman. Y pronto van a querer más y más... hasta entrar de lleno en política. De allí a la Cristiada sólo hay un suspiro.

Y Girolamo Prigione, quien fue exaltado como primer Nuncio Apostólico tras la normalización diplomática, le respondió:

--Quienes se oponen son sólo cuatro gatos que maúllan a la luz de la luna para darse importancia.

1993 fue el año clave. Las reformas se aprobaron, los Obispos fueron invitados a comer en la residencia oficial de Los Pinos para festejar, algunos de ellos lloraron de emoción por el contraste... y poco después comenzó la escalada de barbarie con el asesinato, en Guadalajara, del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Las contradicciones anclaron en este punto y no fueron ajenas ni siquiera para el histórico Sumo Pontífice quien debió aceptar la versión oficial sobre el crimen para no enturbiar los nuevos vínculos políticos establecidos por el gobierno mexicano. ¿Quién ganó? A la vista de la alternancia en 2000 podríamos definirlo.

MIRADOR

Benedicto XVI no se caracteriza, precisamente, por ser un buen político. Lo suyo es el dogma católico y la visión de la eternidad más allá del mundano tránsito terrenal. Como muestra optó por validar y hacer suyas las confusas declaraciones del Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, quien insistió, en defensa de la integridad familiar, en que las leyes a favor del matrimonio homosexual y el aborto, dos temas polémicos por antonomasia resueltos con sesgado sentido “socialista” por un gobierno con este perfil –el de José Luis Rodríguez Zapatero en 2008-, eran contrarias al espíritu democrático porque privilegiaban a las minorías por encima de los derechos de las mayorías que se contaminaban por los excesos. Tal fue el sentido de la discusión abierta en vísperas de la confrontación de los eternos bandos en pugna por el poder político: conservadores y liberales, esto es monárquicos y republicanos, derecha e izquierda, siempre polarizados.

Desde luego, las afirmaciones de Rouco, secundadas por el Papa en un acuse de recibo políticamente incorrecto, surgieron en circunstancias singulares: ante una multitudinaria manifestación en la céntrica y emblemática glorieta de Colón de la capital madrileña y cuando los dos partidos políticos con mayores coberturas en España velan armas. El desgaste es tan brutal por efecto de la crisis devastadora –cinco millones de desocupados, uno de cada cuatro españoles en edad productiva- que los momios políticos se han vuelto a cerrar en una nación en fase de escisiones y partida ideológicamente por mitad. Es inevitable recapitular sobre los destrozos de la crispación en nuestro país en julio de 2006.

Lo dicho por Rouco, entonces, constituye una de las banderas políticas más evidentes de la derecha que, por cierto, rechaza igualmente la definida como “ley de la memoria histórica” por la cual deberán perseguirse judicialmente los bárbaros excesos de la dictadura y no sólo para retirar emblemas de los edificios públicos ni adecentar las nomenclaturas; también para zanjar los diferendos extremos sin temor a intentar conocer la verdad de cuanto sucedió bajo las botas y los caprichos de Franco, cuyo espíritu chocarrero todavía suele enturbiar los festejos monárquicos con el recuerdo de que la original investidura del actual rey se debió a él, sólo a él. Luego vendría la Constitución y la reafirmación del modelo que logró superar los amagos golpistas de 1981.

En estas condiciones, claro, la intervención de las jerarquías eclesiásticas resulta de enorme trascendencia. Digamos que lo realizado por los empresarios afines al gobierno durante la “campaña sucia” de 2006, en España está corriendo a cargo del Episcopado deseoso de recobrar el protagonismo de antaño perdido al calor de una democratización compleja que ya tiene, desde luego, mayoría de edad.

POLÉMICA

Pero, de verdad, ¿la legislación sobre abortos y homosexualidad va en detrimento de la democracia? Tal sería la cuestión a resolver dentro de los polarizados escenarios proselitistas. Por una parte podría alegarse que el deterioro de los valores morales daña la sensibilidad de las mayorías que desean salvaguardar a las nuevas generaciones de los impactos de la “modernidad” sexual; por la otra, la argumentación se basaría en el imperativo de ampliar coberturas para la convivencia plural inevitable en sociedades que ya no pueden cortarse con la misma y única tijera. Y, desde luego, la moral no puede considerarse exclusiva de alguno de los grupos antagónicos.

El dilema, entonces, tiene más que ver con la libertad. Y, desde luego, nos parece equivocada la postura de las jerarquías eclesiásticas que insisten, de manera denodada además, en la preeminencia de la cultura monogámica y heterosexual, además de las resistencias contra cualquier tipo de aborto cuando éste tiene variantes tales como el terapéutico –para preservar la vida de la madre, por ejemplo-, sobre cualquiera otra expresión social. Es, en cierta medida, una postura similar a la asumida por los fundamentalistas islámicos que rechazan, exacerbando la violencia, cualquier intromisión de la ética occidental en sus ancestrales tradiciones.

El debate, en fin, está abierto aun cuando contenga ribetes oportunistas en territorio hispano. Sostengo que la discusión sobre los temas torales debe ser bienvenida siempre aun cuando tengan connotaciones electorales. Lo que no se vale es reducir la polémica a los perentorios periodos de campaña para luego archivarla y mantenerla así hasta que llegue, de nuevo, la oleada política de circunstancias.

POR LAS ALCOBAS

Cuando en 1986 los obispos de las diócesis de Ciudad Juárez, Chihuahua y la Tarahumara, decidieron suspender los cultos en protesta por lo que ellos consideraron un fraude electoral a favor del priísta Fernando Baeza Meléndez, el entonces Delegado Apostólico, el mencionado Prigione, puso el grito en el cielo y no cesó sino hasta diluir aquella protesta desde los púlpitos de la vida política.

Le pregunté, al calor de estos hechos:

--¿Por qué la Iglesia siempre marcha en la retaguardia de la historia? A Hidalgo y Morelos, próceres de nuestra Independencia, los excomulgaron... y redimieron ciento cincuenta años después de sus sacrificios. ¿No pasará lo mismo en Chihuahua?

Prigione se puso rígido, empalmó las manos como para iniciar una oración y replicó:

--Aquellos eran otros tiempos. No nos confundamos.

Faltó decirle que del pasado también se aprende. Y él recibió, con el peso de la ironía popular, una dura sentencia:

--Es PRI...gione. Por priísta, claro.

La justicia no debe ser sectaria como han pretendido en la asamblea legislativa al desdeñar y minimizar los actos vandálicos del 1 de diciembre pasado, que pueden haber sido provocados desde otras trincheras, como ya hemos dicho. No podrá haber democracia en nuestro país mientras la apuesta sea la de la crispación, la provocación y el ahondamiento de las diferencias sociales.

email: loretdemola.rafael@yahoo.com





Ex Libris


Scherer García: Vivir para el periodismo


Álvaro Cepeda Neri

Julio Scherer García ha sido un periodista de pies a cabeza. Un reportero toda su vida, cosechando reflexiones de los hechos y escribiendo libros con la prosa que lo caracteriza: al grano, sin paja, para contar sobre sus casi 70 años ejerciendo las libertades-derechos de escribir y publicar sin cortapisas. Críticamente. Verazmente. Y hoy nos entrega un racimo de recuerdos, muchos sobre la naturaleza humana con sus miserias y virtudes del toma y daca en las difíciles relaciones humanas. Vivir el periodismo que fue y sigue siendo función de reportero. En este libro es el reportero de sus recuerdos, hilados a lo largo de su vida desde la cual puede mirar el pasado como presente

Scherer García ha sido: “el enigma de la persona que cambia incesantemente y a lo largo se transforma sin darse cuenta”, o como Pablo Neruda nos ilustra: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. En 38 textos sacados como el título de las memorias de Vladimir Navocob: Habla, memoria, revive una época de la prensa como contrapoder. Contra todos los poderes de que habla Luis María Anson, para informar, investigar y criticar abusos políticos y carencias económicas de la sociedad; señalando problemas sociales y siguiendo los pasos a las manifestaciones de la cultura. Éste podría ser continuación de otro de sus libros: La terca memoria, en su afán de reportear la vida pública mexicana en todas sus facetas. Y nos convida de lo privado que puede y debe ser público, que ignorábamos. Sobre sus batallas periodísticas, sus altos y bajos dramáticos, riesgosos, felices, angustiosos.

En El tiempo recobrado, Proust nos aclara el pasado-presente al escribir: “la vida, nuestra vida descubierta y aclarada al fin, es la única vida realmente vivida”. Así me parece que Julio Scherer García descubre su Vivir narrando su vida cuyo centro es el periodismo forjador de voluntades, que completa el tríptico del pensar y querer en lo que Kant-Kelsen denominan la ética republicana-democrática, el conocimiento con su lógica y el sentimiento estético. En esto ha trabajado Scherer García en unidad con su psicología de combatiente por las máximas libertades de escribir y publicar cuanto debe informar a la opinión pública. Forjador de reporteros, el autor examina su trayectoria (1946-2012). Y me parece que Vivir (dice el refrán que “recordar es vivir”), es la introducción a la vida pública del periodista, con atisbos de su vida privada: Susana, sus hijos, amigos y compañeros de viaje.

En 133 cuartillas pasa revista a algunos pasajes de su vida, de sus memorias que giran en torno a su pasión y razón: el periodismo crítico, veraz y contrastado con sus fuentes y los hechos que lo acreditan como piedra de toque de la prensa mexicana. Scherer García, El Periodista, se muestra en estas páginas, como el reportero autoentrevistándose. Y diciendo: “Ahora (aparado de la vida que había hecho mía durante cincuenta años) veía los sucesos a distancia, crítico o cronista, más no reportero”. Sin embargo, Scherer García nos ofrece este libro como reportero del reportero que no ha dejado de ser.
FICHA BIBLIOGRÁFICA.

Autor:   Julio Scherer García

Título:   Vivir

Editorial:              Grijalbo.-2012

cepedaneri@prodigy.net.mx 

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