jueves, 24 de julio de 2014

COLUMNAS



75 Años de Batman



David Macho


No estás solo



Para algunos, es un icono, para otros, el personaje de las pelis; hay gente que recuerda con cariño la serie de televisión de los sesenta, y otros que aún veneran la serie de animación de los años noventa…

Para mí, Batman es un lienzo en blanco que permite contar casi cualquier historia. Digo casi porque, bueno, no vas a contar una historia en la que mata a 500 personas con un bazoca porque se aburre. Pero al margen de esas burradas, Batman ha protagonizado historias de serie negra, terror, cósmicas, y casi todo lo que se pueda imaginar. Mirad si es maleable el hombre murciélago, que hasta un servidor ha podido escribir una historia del personaje y no lo ha gafado para siempre.

Hasta donde yo sé, y que alguien me corrija si me equivoco, he sido el primer español en escribir una historia de Batman, un relato dibujado por el gran Rubén Pellejero y publicado recientemente en España por ECC ediciones en un libro titulado Batman: Black & white. Ojo, muchos artistas patrios habían plasmado las aventuras del caballero oscuro con su arte antes de esta historia. Gente como Carlos Pacheco, Ramón Bachs, Julián López, Carlos Rodríguez —y bastantes más con los que me disculpo por no nombrarlos a todos— han demostrado y siguen demostrando que el nivel artístico del cómic español no tiene fronteras. Pero estoy divagando.

La oportunidad de escribir Incluso en los peores momentos surgió de una anécdota que ya he contado alguna vez. En una comida en Zaragoza con Pellejero este me comentó que le apetecería dibujar alguna cosilla corta para la industria del cómic americano, aunque los superhéroes no le interesaban demasiado (Rubén, para quien no lo sepa, desarrolla su carrera habitualmente para el cómic franco-belga). De broma, le respondí: “Pero no dirías que no a Batman” y claro, su respuesta fue: “No, no, nadie dice que no a Batman”. Ni corto ni perezoso, al volver a casa llamé a Mark Chiarello, VP-Director artístico de DC Entertainment, y nada más empezar a contárselo, me espetó: “Perfecto, Batman: black & white, ocho páginas, blanco y negro, y sin prisas”, y añadió “Dame cinco minutos y te vuelvo a llamar”. Lo siguiente que supe es que me estaba diciendo que la historia la iba a escribir yo, a lo cual me negué un par de veces, porque yo esa llamada la había hecho como amigo de Rubén, y punto. Me insistió, y al final le dije que solo si Rubén lo aceptaba, que si no, nada, y Rubén, que es un santo varón, dijo que sí.

Como editor de la obra, Chiarello me pidió que enviara tres o cinco ideas para que él valorara y eligiera cuál podíamos hacer. Rubén y yo hablamos de ellas antes de enviarlas para asegurarnos de que sería algo que a él le apeteciera dibujar. Algo que tenía muy claro es que el que debía brillar era Rubén, no un seudonovato sin ínfulas de escritor ni demasiada práctica como yo, y creo que el resultado final no hace sino demostrar lo profundamente brillante que es Rubén, además de la inmensa paciencia que tuvo conmigo.

¿Y de qué va Incluso en los peores momentos, os preguntaréis? Pues sin destriparla demasiado (para una cosa que escribo me gustaría que la leyérais) es la historia de un hombre que lo ha perdido todo menos su dignidad, y que a cambio ha encontrado el más insospechado y fiel de los amigos, uno que nunca abandonará su lado. El nombre de nuestro protagonista es Atticus (homenaje a Atticus Finch, de Matar a un ruiseñor, mi libro y película favoritos). Atticus sobrevive en las calles como un vagabundo, sin perder la esperanza de recuperar su vida algún día. Es en este contexto, y en un callejón en el que Atticus se resguarda del frío, donde se topa con un malherido Batman al que uno de sus mayores enemigos está dando una soberana paliza… Y creedme, el héroe de nuestra historia no es Batman, precisamente. Al menos, no es el único. Escribir una historia de Batman es una experiencia muy peculiar. Por un lado no quieres meter la pata y denigrar la trayectoria del personaje, pero en el fondo lo único que te importa es contar una historia decente. Preferí olvidarme de que era una historia de Batman y decidí que fuera un relato de superación, de supervivencia, pero por encima de todo, una historia de amistad que nos recordara a todos que, por mucho que podamos creer que estamos solos, siempre habrá alguien a nuestro lado cuando más lo necesitemos, te llames Batman, Atticus, o quien seas.

Acompañar a las víctimas, un compromiso social



Paula Gaviria Betancur


Las víctimas del conflicto armado colombiano han adquirido un protagonismo nunca visto desde que en el país se aprobara la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras hace algo más de tres años. Gracias a su empeño, lucha y resiliencia, han alcanzado un lugar más destacado en el espacio público.

Todos los días somos testigos de la entereza de miles de personas que continúan con sus proyectos de vida, dejando atrás los golpes de la violencia. La emoción de contemplar un gesto solidario se hace más evidente cuando este se da en medio del horror. Las víctimas son ejemplo de coraje y fraternidad en una sociedad demasiadas veces indolente, indiferente al dolor ajeno.

A raíz de los 10 principios anunciados en junio por el Gobierno y las FARC-EP para abordar el punto de las víctimas en la mesa de conversaciones de La Habana, han aparecido múltiples comentarios sobre la participación en el proceso. No obstante, vale la pena aclarar que la incidencia de las víctimas en la política pública que les atañe es anterior a este momento.

Además de la labor de agrupaciones que han defendido tradicionalmente los derechos humanos, tras la aprobación de la Ley de Víctimas se han constituido alrededor de 900 mesas de participación a nivel municipal, distrital, departamental y nacional, donde las víctimas han elegido democráticamente a sus representantes, teniendo en cuenta los distintos hechos victimizantes y lo que en Colombia llamamos “enfoque diferencial”, de manera que también se ven reflejados los adultos mayores, la población LGTBI o aquellas personas con habilidades especiales, entre otros.

Incluso durante el 9 de abril, día nacional de la memoria y solidaridad con las víctimas del conflicto, el Congreso y las asambleas departamentales abrieron sus puertas para que los más afectados expusieran sus demandas, anhelos y propuestas para el futuro de una Colombia más incluyente y en paz.

LA DIGNIDAD DE LAS VÍCTIMAS NO ESTÁ EN CUESTIÓN


Si bien las afectaciones son diversas y variados los responsables de los crímenes, la dignidad de las víctimas es la misma. Son similares en su dolor y todas ellas merecen atención. Por eso, la Ley de Víctimas aprobada en 2011 por el presidente Juan Manuel Santos no discrimina en virtud del autor, así como tampoco obliga a la persona que presenta su declaración para ser incluida en el registro oficial a identificarlo. De hecho, muchas de ellas no saben quién les infligió el daño.

La experiencia en la Unidad para las Víctimas, el ente gubernamental encargado de la reparación, demuestra que todas tienen una historia que contar y una voz que merece ser escuchada. Corresponde al Estado y a la sociedad acercarse a ellas -¡a todas ellas!-, arropar su sufrimiento y transitar de la mano el camino que conduzca a la sanación, a la construcción de puentes que lleven a la reconciliación. Son diferentes las vías por las que ya se avanza en esto.

Es un mal enfoque plantear dicotomías o categorías de víctimas, aludir a cercanías con sectores políticos, o creer que si alguien es víctima de un actor armado está automáticamente a favor o en contra de otro sector de la población. Mensajes como estos no ayudan al diálogo actual que se intenta ni favorecen una perspectiva futura de reconciliación. Al mismo tiempo, es un error pensar que el reconocimiento a las víctimas se circunscribe únicamente al momento actual de las conversaciones.

Como sociedad, nos toca cuestionarnos el papel que desempeñamos en la inclusión de las personas golpeadas por el conflicto y enfocarnos en planteamientos que les ayuden. “Todo trabajo que enaltece la humanidad tiene dignidad e importancia y debe emprenderse con excelencia esmerada”, dice una frase atribuida a Martin Luther King. Llegó la hora de que mostremos excelencia al afrontar nuestro pasado y la existencia de más de seis millones de víctimas.

Ellas son fuente inagotable de aprendizaje e inspiración. Aun después de sufrir violaciones a sus derechos, son capaces de sobreponerse, de ayudarse, de mostrar su humanidad a pesar del dolor. Esto nos invita -hoy más que antes- a trabajar en conjunto por la superación de su vulnerabilidad.

La Unidad para las Víctimas lleva más de dos años facilitando procesos positivos y seguirá haciéndolo, pues sabemos que se trata de una tarea a largo plazo. Estemos a la altura del momento histórico que vivimos y seamos solidarios con quienes más han sufrido la guerra. Soñemos un país mejor y sigamos trabajando para convertirlo en realidad.

La dicha de lo dicho



Jorge F. Hernández



Podría quejarme del tipo de cambio, de los pesos convertibles y de la moneda corriente que se destina al uso común. Podría quejarme de la falta de agua caliente en un hotel de lujo, en medio de un calor intenso y de la taquicardia con la que oscila el uso del internet, restringida y limitada, con esa neblina invisible de censura que se cuela también en las conversaciones de uso donde nadie, todos, nosotros todos hablamos no de todo y con cautelas.

Podría extender líneas con elogios resignados para el ingenio con el que se arregla una lavadora con un alambrito o de cómo circulan en colores recién pintados los automóviles con más de medio siglo de kilómetros, del tiempo en el que el tiempo se detuvo cuando alguien mandó a pararlo. Podría incluso abonar la baba de la nostalgia y erguirme en una trova que celebre la toma de un cuartel, las barbas en tiempos lampiños y el pelo largo que peinó la dorada década de tantas utopías. Podría buscar el lugar común a la sombra de un sombrero de yarey, el humo de un habano existencial y la música que llevan todas las caderas al caminar, pero me detengo en la esquina de Paseo con Línea y parece que la quemante claridad del Sol sin polución alguna ilumina un instante irrepetible.

He venido a conocer a Fina García Marruz en gerundio porque la voy conociendo leyendo, que es mejor que decir que la he leído. No saldré de aquí con la idea de conocerla, sino de seguir queriendo, queriéndola por leyéndola, admirando cada línea de los largos ensayos que escribe sobre una tabla con pinza, quizá para no ocupar el escritorio intacto de Cintio Vitier, poeta laureado que camina ya del otro lado con Eliseo Diego, el inmenso poeta casado con Bella, la bella hermana de la bella fina, la fina poeta que borda versos como enredaderas en el aire. Su cabello es espuma de mar y su mirada se enciende como de niña en cuanto le entrego unos bolígrafos para que siga escribiendo, leyendo pensando, viviendo en literatura pura cada recuerdo intacto que guarda de Juan Ramón Jiménez y todos los días, la cara de Martí en todos los increíbles volúmenes de una obra completa que ella misma pastorea con amorosa admiración.

El vacío, todos los vacíos se van llenando de versos y de música. Sobre las mecedoras parece sentarse, ya sin peso y sin peligro de romper el bejuco, José Lezama Lima y Virgilio Piñera, el poeta que caminaba sobre las playas sin dejar huellas en la arena y el calor se pasa como quien pasa las páginas de una revista llamada Orígenes. La música viene de un piano de humo donde Felipe Dulzaides interpreta todo el cancionero que su hermana Fina se sabe de memoria y se hace eco en la barroca multiplicación de los dedos de José María Vitier o en la guitarra como fruta de seis sabores que toca Sergio, sus hijos que custodian la mirada intacta de Fina García Marruz, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2011 y podría entonces añadir que en 2007 obtuvo el Iberoamericano de Poseía Pablo Neruda o que en el 90 del siglo pasado fue reconocida con el Nacional de Literatura y podría agradecerle cada línea responsable que haya publicado en Orígenes o toda la labor en el Centro de Estudios Martianos, tantas dioptrías y tantas horas leídas para escribir escribiendo.

Me lleva de la mano mi hermana Fefé, jimagua de Eliseo Alberto, que hereda de Fina su nombre y somos entonces triates. Fefé le informa a la Tía Fina que a Lichi se le olvidaba en cada viaje traer desde México una novela que yo siempre le enviaba desde el primer día de su publicación, una novela donde se me ocurrió aliviar los enredos y paliar el desasosiego de un loco que se cree el Ángel de la Independencia, desquiciado alado que cree limpiar a la Ciudad de México de toda su escoria y todos los males. Llegado el momento, en la esquina de Paseo con Línea, le leo en persona, a Fina persona, el párrafo donde aparece intacta, el instante en el que un personaje que se cree arcángel la ve apoyada en el barandal del Castillo de Chapultepec y, al irle leyendo las necias palabras de una novela, la fina poeta, la bella fina, La Emperatriz de La Habana y reina de la poesía universal recita ella misma el poema que ya todos podrán escuchar en esa página, su memoria intacta en cada sílaba y la sonrisa traviesa de la niña que agradece bolígrafos para seguir escribiendo viviendo con todos los fantasmas de poemas pasados, todas las plumas honrosas de los grandes escritores que están por encima de las mentiras de los políticos y de las cuadrículas necias de la geopolítica y sus mapas para que uno se convenza de que vine a Cuba solo, siempre acompañado, en el feliz gerundio de conjugar en cada paso de vida la infinita dicha de todo lo dicho.

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