miércoles, 7 de agosto de 2013

EDITORIALES










El cambio propuesto por Francisco



Luis Ernesto Salomón


El Papa lucha por una reforma. Le resiste la fuerza de la curia. Le respalda una razón moral unida a la necesidad de reposicionar a la Iglesia en el contexto de la pluralidad global, de la información y el conocimiento disponible y de la cultura de la libertad. La vuelta a la humildad característica del cristianismo, que se contradice con el sentido material del imperio papal de los últimos siglos que ha producido excesos inocultables e inaceptables en el contexto de una ética liberal.

Francisco se ha negado a usar lujos, habitaciones, ha decidido reducir las muestras de lujo en las ceremonias y se ha referido a la iglesia de los pobres como una línea esencial del cristianismo. Incluso, se ha referido a una visión alejada de las culpas para centrarse en las virtudes.

Su forma de actuar, como sus mensajes, muestra una intención de cambio. Puede ser que Francisco sea el Papa reformador que retome la esencia teológica de un cristianismo mucho más apegado a la realidad social y la comunidad entre las cuestiones del cuerpo y las del espíritu.

En nuestro tiempo la cultura del cuerpo es una realidad que se vive día a día con esfuerzos por mejorar la salud, la alimentación, el estado y la apariencia corporal. Mientras que para la teología más conservadora del catolicismo, el cuerpo es una cárcel del alma. Para la tradición judía y la del cristianismo primitivo.

La dignidad del cuerpo es inseparable de la del alma o espíritu. Pero con el paso de los siglos ha llegado a ser considerado como una barrera para la santidad. Una suerte de vergüenza que identifica al pecado con las manifestaciones corporales y con el sexo. Se consumó una suerte de divorcio entre el cuerpo y el alma, al grado de colocarlos como antagonistas, lejos del equilibrio entre cuerpo y espíritu que clamaban los griegos, y de la concepción judía en donde ni el cuerpo ni el sexo están unidos ni a la maldad ni al pecado.

El Papa ahora se ha acercado a la idea del cuerpo como una parte esencial de las relaciones entre los hombres y que no puede ser considerado como un adversario de la vida espiritual. Ahora parece aproximarse una revisión de conceptos tan esenciales como éstos en el seno de la jerarquía católica y abre puertas a una perspectiva más abierta y ecuménica, mucho más compatible con el mundo de hoy.

El Papa Francisco parece mandar la señal de que la Iglesia para fortalecerse con respuestas a los desafíos éticos, no puede seguir refugiándose en el miedo a la corporeidad, ni seguir defendiendo ni la idea imperial, ni la identidad entre cuerpo y pecado. La apertura incluye la convicción ecuménica de que por las venas de creyentes y no creyentes “corre la misma sangre” y por tanto somos familia.

Nuevas visiones en la perspectiva teológica parecen llegar con el nuevo Papa a la Iglesia, como también nuevas formas políticas que apuntan hacia una profunda reforma. Habrá que ver si la resistencia de la curia logra impedir este cambio, o se convierte en la consolidación del espíritu del Concilio Vaticano II.





Opciones


Blanca Esthela Treviño de Jáuregui


De la cigüeña y cosas peores                                                    




Cuentan que hace más de medio siglo cuando nadie hablaba de relaciones sexuales prematrimoniales los maestros decían a los chicos: “Muchachos, algunas veces se encontrarán asechados por ‘pensamientos impuros’. Cuando eso suceda deberán ponerse de inmediato a jugar básquetbol”. Así que era frecuente encontrar a los chicos en las canchas de baloncesto tratando de anotar puntos antes y después de clases y, en ocasiones, inclusive durante el horario escolar.  Cada canasta significaba un embarazo que se había logrado prevenir.

En aquellos tiempos no existía la píldora, ni los múltiples métodos anticonceptivos de la modernidad. Los deportes eran considerados el mejor método de control natal: la trayectoria del balón a la canasta sublimaba la urgencia hormonal del espermatozoide al óvulo y hacía las veces de anticonceptivo. El deporte convertía la ‘efervescencia pagana’ en una actividad conducente a la castidad (léase castidad: virtud opuesta al desenfreno sexual). El método de control natal era bastante primitivo pero 100% efectivo. Cero embarazos no deseados. Los maestros le llamaban “abstinencia”.  Los chicos de hoy preguntan: ¿Y eso con qué se come?

La juventud desciende por el espiral de los instintos básicos desenfrenados que promueve nuestra cultura ultramoderna. La educación sexual se inicia en párvulos y continúa a través de la educación primaria, media y superior. Toneladas de anticonceptivos son distribuidos a los jóvenes para promover el ‘sexo responsable’. ¿Qué sucede cuando fallan los anticonceptivos a pesar de su ponderada eficacia y sofisticación? Ni aún la famosa píldora es 100% segura. Los hijos engendrados en la promiscuidad y el desenfreno, no por amor sino por ‘accidente’, van a parar al bote de la basura.

Nadie imaginó que la Revolución Sexual iniciada hace más de medio siglo cambiaría radicalmente no sólo los conceptos sobre la vida y el amor humano, sino también el sentido común. El mensaje que reciben niños y adolescentes es que tienen libertad para experimentar y practicar la actividad sexual con quien quiera y como quiera si aprenden a ‘protegerse’ adecuadamente. Se les adiestra en el uso del condón desde la más tierna infancia.  Plátanos del supermercado sirven de material didáctico para que ensayen a colocar profilácticos y las ilustraciones no dejan nada a la imaginación: señalan con lujo de detalle las diferentes posiciones para copular.

¿Quién se ha beneficiado con la Revolución Sexual? Ciertamente no la juventud. Los matrimonios basados en la ‘compatibilidad sexual’ parecen durar poco. La sexualidad humana se ha convertido en un producto altamente rentable para un mercado sumamente erotizado. Proliferan centros médicos para el control de la reproductividad, aparatos y medicamentos, terminación de embarazos no deseados, atención psiquiátrica a víctimas de esterilidad ocasionada por anticonceptivos, así como control de la obesidad por trastornos hormonales.

Nadie menciona el daño psicológico de la promiscuidad sexual, la sensación de culpa o el vacío existencial que provoca. Comentaba un grupo de adolescentes: “Hacer el amor hoy es como comerte un taco o una hamburguesa. Es más emocionante la droga o una carrera de motos”.  Se le roba a la sexualidad humana todo su encanto, su misterio. Los jóvenes preguntan: ¿Qué se siente estar enamorado?

El nulo respeto a la vida humana es la consecuencia de la decadencia moral que promueven los nuevos estilos de vida. ¿Conviene rescatar la palabreja ‘abstinencia’ y ponerla otra vez de moda?  La sola palabra no bastaría. Tendría que apoyarse en toda una cultura orientada a rescatar la dignidad de la persona; a crear un misticismo en torno al amor humano que no fuera simple genitalidad, sino afectividad, emotividad y psique.

Mientras eso sucede, no es mala idea dejar nuestras poltronas y lanzarnos a crear espacios para entrenar a niños y a adolescentes en los deportes.  Nuestros abuelos tenían razón: “Cada balón en la canasta significa evitar un embarazo no deseado”.  Tal vez si los jóvenes dejan de considerar el sexo como deporte, logren descubrir el verdadero amor de la pareja humana.
                                                                                                                              betrevino@prodigy.net.mx



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