viernes, 26 de julio de 2013

EDITORIALES










Algo más que palabras



Ante las viciadas estructuras, debemos reformarlas


Víctor Corcoba Herrero


Son necesarias las reformas, máxime cuando las estructuras de gobierno, desgobiernan más que gobiernan.  Este planeta, en el que buena parte de sus moradores sobrevive y otra se muere cada día en la indigencia, mientras otros despilfarran y abusan del poder que les respalda, tiene que cambiar, y a poder ser, más pronto que tarde. No es hora de lamentos, sino de transformaciones profundas, de ruptura con los corruptos, de alejamiento hacia aquellas personas que han perdido el sentido profundo de la justicia y se benefician de la miseria, de disolución de las instituciones que lejos de servir a la ciudadanía, sirven únicamente a los que ostentan el dominio. Es indispensable la depuración en un mundo globalizado. No se puede permanecer pasivo ante tantas tragedias humanas, ocasionadas en buena parte por las estructuras viciadas que nos dirigen. Ha llegado el momento de alzar la voz a tantas calamidades provocadas por algunos dirigentes sin escrúpulos. Cualquier persona merece protección antes que institución alguna, por mucha trayectoria que tenga tras de sí, tenemos el deber de denunciar a los endiosados traficantes de inocentes. No hay que escatimar esfuerzos por salvar vidas humanas. Esto es lo más importante.        

                Por tanto, digo sí a las reformas en un mundo injusto a más no poder. Las crisis humanitarias suceden por falta de humanidad entre las personas. Es preocupante el silencio de tantas instituciones que no pasan de los hechos a las obras.  No hay que temer a los cambios cuando algo no funciona o funciona mal. Todo debe estar al servicio de las personas. Vivimos en una sociedad cada día más interdependiente, pero muy frágil con determinados poderes que son los que mueven los hilos a su antojo, no al interés de los más débiles, de los más desprotegidos. Nos estamos cargando los estados sociales, por esa falta de ética común institucional que debería mundializarse. Fruto de esta conducta inmoral se han acrecentado los desórdenes, las amenazas, la destrucción en suma. Tenemos también un déficit democrático verdaderamente preocupante. Y lo que es peor, no puede prosperar el sistema, porque hasta a las propias estructuras se les manipula. Somos, por consiguiente, de una irresponsabilidad manifiesta, que habría que subsanar con mayor transparencia y equidad, teniendo en cuenta la degeneración actual y el vacío humanista que nos acorrala.

                Muchas personas, insisto, viven en precario, porque las mismas estructuras de gobierno permanecen desaparecidas e invisibles. Son muchas las puertas que se han cerrado a la vida humana. Tenemos que abrirlas sin dilación. Es tan urgente como preciso. No es humano que la riqueza siga acaparada por minorías. Tampoco es justo que los derechos humanos no sean igual para todos.  ¿Cómo pueden seguir presentes modelos económicos que empobrecen y excluyen?. Bajo estas mimbres indignas, nada es humano en definitiva. Ante tantas desigualdades, a veces me pregunto, ¿cómo no se propicia un cambio social para la defensa del ciudadano?. Es evidente, que ante esta relajación de la ética, difícilmente vamos a poder edificar otras estructuras de contenido más humano. Se precisa, pues, a mi juicio más que nunca, la intervención de una autoridad pública internacional, capaz de tutelar los derechos de los más débiles y pobres, con la cobertura de protección social necesaria para poder avanzar hacia la igualdad, a través del acceso y calidad a la educación primero y al mercado laboral después. Por desgracia para todos, los altos niveles de desigualdad están acompañados, mal que nos pese, de una fuerte desconfianza en las instituciones y sus dirigentes.

                Todos los gobiernos del mundo, con sus estructuras, lo que tienen que hacer es ser más proclives a la inversión social, a instalar mecanismos redistributivos y a crear políticas basadas en derechos sociales que eviten el desigual reparto de bienes. De lo contrario, tendremos un futuro sombrío. Ya está bien de tanto cinismo soberano y de tanta esclavitud en bandeja, de tanto dolor esparcido entre gente marginada por el sistema y de tantas vidas humanas excluidas, tenemos que decir ¡basta! y encaminarnos hacia otros dominios menos dependientes, más libres, capaces de garantizar el desarrollo de la persona hacia el bien colectivo. 






La prueba

 



Carlos Loret de Mola


Michoacán es el examen de seguridad para Enrique Peña Nieto. Fue en su momento para Felipe Calderón y no lo aprobó. El ex presidente inició ahí la guerra contra el crimen organizado. Era su tierra. Se la encomendó a Genaro García Luna, su hombre de confianza, su padawan, decían un poco burlándose algunos fanáticos de La Guerra de las Galaxias encumbrados en el gabinete panista del sexenio anterior.

Por momentos, Michoacán parecía tranquilizarse, pero fueron ilusiones temporales. De fondo, los cárteles siguieron dominando el Estado, con bastiones notables en la ciudad de Apatzingán y el puerto de Lázaro Cárdenas.

Michoacán es al arranque de la gestión Peña Nieto, el lugar más peligroso del país. Es un narcoterritorio donde hay más mando el crimen organizado que el Gobierno federal. No se diga las autoridades estatales o municipales.

Al arranque del programa de seguridad encomendado al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, se prometió un despliegue de policías federales para combatir con más fuerza a los delincuentes. Según la contabilidad del Gobierno del Estado, endosado al interino Jesús Reyna, apenas llegaron la mitad de los elementos del cuerpo que encabeza el comisionado Nacional de Seguridad, Manuel Mondragón. Parece que los datos fueron ratificados por la Secretaría de la Defensa Nacional.

El resultado ha sido adverso para el Estado, en la actual coyuntura:

Ayer, por segundo día en una semana, se reporta en los periódicos ataques contra la Policía Federal que dejaron  tres agentes muertos y seis heridos. El Ejército intenta controlar la situación.

Además, en Los Reyes, Michoacán, los colegas periodistas informaron que un grupo de autodefensa se manifestó contra el cártel de Los Caballeros Templarios, quienes respondieron a balazos hasta matar a cinco y dejar a 10 heridos.

El secretario Osorio Chong dijo que fue una reacción a la presencia oficial, mientras se complica el asunto pues trascendió que después de la balacera hallaron casquillos dentro de la Presidencia Municipal donde estaban atrincherados los policías municipales, quienes se supone no dispararon, ¿entonces?

La situación está complicadísima en Michoacán. Se sabe que es la prioridad del gabinete de seguridad. Veremos si pasan el examen.

SACIAMORBOS

Cuatro renuncias de editorialistas del más alto nivel en el mismo periódico que hace rato dejó de respetar los valores con los que irrumpió exitosamente en el medio de los medios. En un caso se denunció censura. En otros tres sólo cortesía en las despedidas, quizá con algún mensaje encubierto en uno de los temas elegidos para decir adiós. En diciembre pasado, un director editorial dejó el mismo periódico porque le habían exigido “trato preferencial” al magnate. No pocos reporteros están incómodos porque hace un año les pedían “lo que fuera” contra un político en campaña y ahora, pura nota positiva sobre el personaje.






Michoacán


Alejandro Irigoyen Ponce


De manera lineal y casi anecdótica —tal y como están las cosas en el país—, el parte del día podría quedar en la consignación de los hechos, que un cártel decide desafiar al Gobierno federal con ataques directos contra la Policía Federal. Entre martes y miércoles asestaron siete golpes con un saldo preliminar de cuatro federales y una veintena de sicarios muertos.

Sin embargo, lo que hoy sucede en Michoacán es mucho más grave y profundo y obliga a preguntar qué sucede realmente en la entraña de la estrategia gubernamental para combatir a la delincuencia organizada.

Sin ánimos tremendistas, a la lectura por desgracia muy extendida, pero ganada a pulso en los hechos, de que las autoridades realmente administran el conflicto y que en muchos casos existe contubernio entre diferentes niveles de Gobierno con las bandas criminales y que ello explicaría que pasen los meses, los años y no se registren cambios sustanciales (ya que la aprehensión de un capo no hace mayor diferencia en los territorios bajo dominio del hampa), habría que agregar que tal vez la raíz del problema no es que el Gobierno no quiera, sino que no puede, y quién sabe cuál de las dos posibilidades sea más terrorífica.

Habría que recordar al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, cuando el 21 de mayo (con énfasis de que hace más dos meses), anunció un nuevo operativo de las fuerzas federales para combatir la inseguridad en Michoacán, con más elementos del Ejército, la Marina y la Policía Federal, y que la estrategia era muy diferente a la implementada por Felipe Calderón, que resultó un gigantesco fracaso, ya que “empezamos con una real y auténtica coordinación para dar resultados”.

¿Qué ha sucedido en los últimos dos meses, con todo y la real y auténtica coordinación? Pues que los grupos de autodefensa han proliferado, que el crimen organizado continúa extorsionando a la población, colocando retenes y, además, realizando ataques directos contra los efectivos federales. Si por un momento concedemos que el Gobierno federal no mintió el 21 de mayo y que realmente pretendían rescatar territorios y dotar de la mínima seguridad que merecen los ciudadanos, pues entonces en dos meses no lo logró… no pudo.

Roma no se construyó en un día y resultaría de un ingenuo que raya en lo torpe el suponer que un cáncer tan extendido y virulento como lo es la delincuencia organizada en nuestro país se erradicaría en cuestión de semanas o meses, pero también lo es que transitamos por el séptimo año de la llamada guerra contra el narco y que con un capo más o menos, seguimos exactamente plantados en el mismo lugar.

La administración de Peña debería ponderar el hecho de que los mexicanos simplemente estamos hartos de que se combata al hampa a golpe de discursos; debe entender que el atrapar a un capo o dos, realmente significa que surgirán otros y que las bandas se fraccionarán y por ello se volverán más peligrosas y finalmente debería probar en los hechos que tiene la capacidad para frenar la belicosidad de quienes desde la trinchera criminal pretenden seguir imponiendo su ley, en Michoacán, en Chihuahua, en Tamaulipas y en una docena más de estados. Otorgando el beneficio de la duda, supongamos que quieren; bueno, pues que esperan para demostrar que pueden.

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