lunes, 7 de octubre de 2013

EDITORIALES



ALGO MÁS QUE PALABRAS


Víctor Corcoba Herrero


EL LENGUAJE CERVANTINO EN LOS TIEMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN


Coincidiendo con las festividades del día de la lengua española en las Naciones Unidas (12 de octubre) y con el tricentenario de la Real Academia Española (RAE), se me ocurre reflexionar sobre el lenguaje cervantino en los tiempos de la globalización. Cervantes nos puso en el camino de las señales y de los signos, en la senda de la voz y el pensamiento, injertándonos un sentimiento de pertenencia desde la universalidad, que es lo que hoy nos une a todos los hispanoparlantes. La lengua es nuestro hábitat, nuestra cultura común, nuestro espacio para sentirnos libres y hermanos, si nos la quitan dejaremos de soñar, de vivir, de comprendernos, porque al fin y al cabo, en nuestra forma de vida nada se entiende sin palabras. Por consiguiente, la primera conclusión que podemos extraer de este ecuménico lenguaje cervantino es la de dejar de estar encerrados en el propio "yo", porque únicamente la apertura es lo que nos engrandece el alma, la expresión de los valores de esta cultura lingüística es la que nos emociona y nos pone en movimiento. Todo es acción (y reacción) en la lengua de Cervantes, no importan los siglos que nos separan, siguen vivos sus mensajes más allá del tiempo y continuarán por siempre. Nos han fusionado sus historias, nos han trascendido sus éticos mensajes, hasta el punto que nos hemos dejado impresionar e imprimir por sus emociones, todas ellas germinadas por los latidos de nuestro hábitat más interno. No olvidemos, pues, la idea aristotélica de que el alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos.

Es evidente que, en los ámbitos culturales de la lengua española, se nombran continuamente giros o locuciones cervantinas, (con razón se le conoce como el príncipe de las letras españolas), lo que me lleva a una segunda conclusión, la de reconocer humildemente todo el patrimonio de bien que nos ha donado y hacer que dé fruto para el futuro. Ciertamente, nos lo ha entregado a través de sus formas expresivas, partiendo de su experiencia de vida, de su modo y manera de radiografiar existencias y lugares, como un verdadero traductor de pensamientos. Esto ha cuajado en el espíritu de las gentes, en las de ayer y en las de hoy, también en las del mañana, porque todo lo que sale del corazón, aparte de enternecernos, se eterniza. Ahí está el Quijote, la gran obra de arte del lenguaje, todo un referente de estética en el que se conjuga el buen fondo y las nítidas formas. Así, el mensaje cervantino, fiel a la especie, invita a la reflexión conforme a su propia conciencia para superar todo odio y para vencer al mal con la solidaridad del bien, que es en suma el respeto mutuo y la inviolable libertad. Naturalmente, el progreso lingüístico nos encamina hacia otras formas de vivir, superadas todas las consignas y dependencias. En su tiempo, Cervantes, ya lo advirtió: "la senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso". Como botón de muestra ahí está nuestro verdadero error actual, el afán materialista y del desvelo económico. Sin embargo, el ser humano indiferente hacia otros seres humanos. Mientras existan los dos linajes bautizados por el lenguaje cervantino, que son el tener y el no tener, el horizonte de la esperanza se achica. Está claro que el ser humano precisa de una ilusión para avanzar en la instauración de un planeta más perfecto.

En los tiempos actuales de la globalización, la tercera conclusión que podemos sacar del lenguaje cervantino es que sigue vivo en todas las culturas, el caballero de la triste figura, siempre andante, Don Quijote de la Mancha, y su escudero Sancho, no han dejado de cabalgar por este mundo de vueltas y revueltas, de idas y venidas, inspirando no sólo a artistas y gentes de honduras, también están en el ánimo ciudadano. El término "quijote" y sus variantes, no sólo son patrimonio de la lengua española, sino que han traspasado otras lenguas. Asimismo, la misma escena de la lucha contra los molinos de viento, por citar alguna, no sólo ha dado origen a la imagen del ser humano que se enfrenta al mundo para defender su ideal, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree, pues lo que hace es mostrarnos esa parte íntima que todos llevamos consigo. La quijotada es levantarse de la miseria, luchar contra las estructuras opresoras que provienen del abuso de poder (o del tener), de los explotaciones de los débiles, de las injusticias. Son las vivencias ejemplarizantes de Cervantes las que nos hacen despertar. Así, cuando Don Quijote dice: "paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas". Son los pueblos, con sus moradores, los que deben saber escoger, discernir y eliminar los falsos bienes, que traerán consigo una deshumanización, aceptando los valores sanos y benéficos que son los que han de poblarnos todos los caminos trazados en esta vida. Resumiendo, son tres conclusiones (podrían ser muchas más) que se desprenden del lenguaje cervantino; la de salir del enfermizo y desenfrenado deseo de placer y egoísmo; el retorno a una estética del bien; y el secreto para huir de la exclusión tan propia de los tiempos presentes. Efectivamente, hay lenguajes como el cervantino, que todas las lenguas lo llevan para sí, porque todos comprenden sus hazañas y sus anhelos, su entusiasmo innato por hacer de las cosas algo bueno. Está visto que cuando los lenguajes se vician también se pervierte el pensamiento. Por eso, es importante que toda palabra dicha o escrita no germine de la adulación y el interés, sino de la autenticidad, del árbol genealógico del sentido común, y Cervantes en esto, es un referente. Aquí está la sincera amistad entre caballero y escudero, la solidaridad en la defensa del pueblo más humilde, la dignificación del ser humano, la magia del fondo de la voz en un diálogo perdurable, que sobrepasa el tiempo y las edades. Todo esto que salvaguardó Cervantes en un mundo perforado por las mentiras, hoy parece más vivo que nunca, por lo que entiendo es también más necesaria que nunca su defensa. Sin duda, son estos viajes imaginarios a una época y a una situación concreta de la historia de la lengua, los que debemos avivar para que sea el gran instrumento y lazo común del ser humano. La visión de Sancho y Don Quijote es puro corazón, no hay falsedad, por lo que va directa a la esencia de las cosas; no en vano, este es el verdadero misticismo, un incesante conversar entre las miradas que convergen en las lenguas como cauces de la actividad espiritual y sus conciencias que contestan, compartiéndolas con el pueblo.





El 2 de octubre y la verdad


Escritora e investigadora en la UNAM


Sara Sefchovich


Cuarenta y cinco años han pasado y aún no hay claridad sobre cuántos muertos hubo en la represión de Tlatelolco en 1968.

En aquel momento los reportes del gobierno hablaron de 20, el Comité Nacional de Huelga dijo que 150, un periodista inglés afirmó que habían sido “al menos 200”, y un periodista mexicano calculó entre 200 y mil 500.

Luego el número empezó a disminuir. Elena Poniatowska, para su libro La noche de Tlatelolco, entrevistó a una madre de familia que habla de 65. En 2006 Jorge Castañeda dijo en un artículo que habían sido 68 y ese mismo año Kate Doyle, en un artículo con los resultados de una amplia investigación en archivos que habían sido desclasificados, sostuvo que tenía confirmado que se habían encontrado 54 cadáveres, 44 habían sido identificados y 10 no. Dos años después, en 2008, Eduardo Valle aseguró, después de revisar actas de defunción y documentos, que fueron 85.

Pero luego empezaron otra vez a subir. Durante varios años el consenso aceptado fue de alrededor de 300 muertos, pero cuando se cumplieron 40 años de la fecha, la cifra que se manejó fue de cientos, según afirmó Martha Martínez en el suplemento Enfoque. Y el pasado miércoles EL UNIVERSAL dijo en una nota de la redacción que “se calculan 500 muertos, 2 mil heridos y un número inexacto de desaparecidos.”

Siempre me he preguntado cómo es posible que no sepamos cuántos muertos o heridos hay en algún hecho de violencia. ¿Acaso no hay cadáveres que contar? ¿Acaso no hay familiares que busquen a sus muertos, que denuncien a sus desaparecidos?

Y sin embargo, en nuestro país nunca hay acuerdo. Allí está desde el mítico millón de muertos de la Revolución hasta las cifras de los muertos durante la guerra contra el narco. Y suma y sigue: ya he mostrado en otra parte que el número de homicidios que ha dado la PGR ha sido distinto del de la Secretaría de Salud, que el número de detenidos que comunica la Secretaría de la Defensa Nacional no se parece al reporte de la Presidencia.

Y es que cada oficina, cada funcionario, cada medio de comunicación, cada organización política o ciudadana tiene su propia versión de los hechos y su propio cálculo de números.

El ejemplo más contundente fue cuando hacia fines del sexenio calderonista la cifra de muertos por la guerra andaba, según el gobierno federal, en torno a los 50 mil, pero los activistas afirmaban que “son muchos más” y manejaban números que iban de los 60 a los 90 mil, mientras que el secretario de Defensa de Estados Unidos llegó a decir que eran 150 mil, atribuyéndole la información al propio gobierno mexicano.

Algo parecido empieza a suceder hoy con los fallecidos por las inundaciones. Las cifras oficiales rondan los 150 muertos, pero el periodista español Alberto Peláez ha hablado de centenares. Y lo mismo sucede con las cifras de personas desaparecidas, heridas o desplazadas y de casas destruidas: no hay dos que se pongan de acuerdo. Como no los hay respecto a las toneladas de ayuda que se han recabado, las despensas que se han repartido o los dineros que se están usando para atender el asunto.

Eso vale también para los números que recientemente dio el INEGI sobre delitos. Según los noticieros de la televisión, la cifra rondaba los 28 millones de delitos cometidos, considerando, según dijeron, que sólo 12% de la población afectada los denuncia. Sin embargo, el propio INEGI, en su comunicado oficial de prensa, dice que los que no denuncian son 92% de los afectados. La suma nomás no da.

Por eso lo único seguro es que en nuestro país nunca sabemos la verdad. Y eso es en lo que se sostiene la enorme desconfianza de los ciudadanos, que no le creen ni a las autoridades, ni a los medios de información, ni a las instituciones que hacen estadísticas y recuentos o que manejan la transparencia.







FE Y SOCIEDAD


Hablar y cantar, oler y gustar


Pbro. Enrique de Jesús Camacho Velasco


En las celebraciones litúrgicas, como en la misa, no oímos solo las palabras que los demás nos dirigen, ni tampoco escuchamos solo música, sino que también hablamos y cantamos. Para algunas personas esto resulta más bien pesado. Recitan oraciones y no son capaces de poner en práctica lo que oran. O bien se preguntan qué es lo que dicen y qué sentido tiene. Pero cuando repetimos palabras de la Biblia, ellas obran en nosotros. Nos confrontan con Dios. A veces, se recomienda a algunas personas la tarea de hablar a Dios alguna vez durante media hora en voz alta, para que le digan con sencillez cuál es su deseo más profundo, qué es lo que de verdad quieren exponerle. Y tienen que preguntarle qué es lo que él espera de ellas, y pedirle que las configure con la imagen que había diseñado para ellas.

Lo que decimos del hablar vale también a propósito del cantar. Por supuesto, no todos los cantos nos llevan a la experiencia de Dios. Esta no se puede forzar cantando. Para San Agustín, el canto es una forma de avivar nuestro deseo. Y, al mismo tiempo, es una expresión del amor y despierta el amor en nosotros. Dice San Agustín: <<Quien ama canta>>, o <<Cantar es cosa de quien ama>>. Al cantar, podemos elevar nuestros corazones a Dios y abrirnos para que él toque nuestro corazón. San Agustín cree que el canto <<puede descongelar en nosotros la capacidad de sentir a Dios>>. Para la Biblia, las dos reacciones más importantes del ser humano ante la cercanía de Dios son la alegría y el amor. Se trata de dos sentimientos que no podemos forzar con facilidad, así como tampoco podemos producir una experiencia de Dios. Al cantar, entramos en contacto con la alegría y el amor que hay en nosotros. Y así podemos ponernos en contacto también con Dios, que habita en nosotros y que se expresa en nuestro corazón como alegría y amor.

Toda asamblea litúrgica es responsable del sonido que produce. En su modo de cantar se percibe si canta solo rutinariamente o si los fieles creen en lo que están cantando. Es necesario cuidar el canto para que la Palabra de Dios pueda resonar en las celebraciones litúrgicas con su sonido puro y pueda penetrar en los corazones de la gente. Tenemos que cantar, de modo que nuestro corazón esté en armonía con nuestra voz. Ahora, la Biblia habla del buen olor de Jesucristo. Oler y gustar nos llevan siempre a emociones profundas. Los templos tienen su propio aroma, debido sobre todo al humo del incienso. Este aroma provoca un profundo presentimiento del misterio, de modo que uno se siente envuelto por el misterio de Dios. El grano de incienso difunde su aroma solo cuando se quema. Así, oler guarda siempre relación con vislumbrar un misterio, el misterio de la transformación. A veces decimos que no podemos soportar el olor de una persona, y la evitamos. Su olor provoca en nosotros rechazo y repugnancia. Otras personas nos atraen por su olor. En nuestra alma hay algo que responde al olor. La tradición espiritual afirma que el diablo despide mal olor, mientras que las personas que están llenas de Dios difunden buen olor. San Pablo dice que los cristianos deben ser el <<buen olor de Cristo>>. Pues quien está lleno de Cristo transmite un olor que hace bien a las personas. Difunde algo del amor que el Espíritu Santo ha vertido en él. El sentido del gusto está asociado al del olfato. Gustamos con el paladar, mientras que olemos con la nariz. Los seres humanos no saboreamos solo una buena comida o un vino exquisito, sino también a las personas. El contacto más intenso se produce al comer y al beber; es entonces cuando nos hacemos uno con Cristo. Quien ama a una persona dice que desearía <<comerla>>. Si gusto y saboreo esta expresión del amor supremo de Jesús en la comida y la bebida, esta acción puede convertirse en una profunda experiencia de Dios.

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